El Real Madrid, no importa cuál de sus versiones analicemos, explica como pocos equipos en el mundo el misterio más grande del deporte: la identidad.
A lo largo de su historia, se han uniformado de blanco jugadores de todo tipo, la mayoría incomparables. Pero hay algo que identifica, por más distintos que sean, a Di Stéfano, Puskas, Gento, Hugo Sánchez, Butragueño, Míchel, Hierro, Raúl, Casillas, Ramos o Cristiano; con Benzema, Modric, Vinicius, Courtois, Carvajal, Kroos y los que vengan detrás.
Después de tanto tiempo, el Madrid continúa manteniendo esa rebeldía frente a la derrota que le vuelve único. La forma en que este equipo transmite su carácter de generación en generación puede demostrarse mirando sus partidos determinantes en diferentes décadas.
Las grandes remontadas del Bernabéu, como el madridismo definió a sus noches mágicas, son una marca registrada que sus futbolistas asumen sin importar cuándo hayan nacido, de dónde vengan o de qué jueguen: conservar ese carácter y heredarlo es muy difícil de lograr.
El partido contra el PSG, levantando un marcador desfavorable en un momento crítico de la eliminatoria, puso el sello a un grupo de jugadores a quienes la historia pedía ese documento de identidad. Fue una victoria épica al estilo del Madrid, que contrasta con un rival que decidió construir una leyenda de forma artificial.
El PSG de los grandes fichajes y millones, nunca podrá comprar esa fórmula que contiene sabiduría, tradición y personalidad.
En noventa minutos, el Madrid desmontó su estrategia financiera, deportiva y cultural: el golpe fue brutal. No sabemos hasta dónde llegará el Real Madrid de Benzema, pero ha quedado claro que a estos futbolistas no les persiguen y atormentan los fantasmas de su pasado, al contrario: los acompañan, les hablan y les enseñan.
La Champions ya tiene a su gran favorito, el eterno Real Madrid, el de siempre.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo