Los Juegos Olímpicos de Seúl se metieron en los pupitres y en los patios del Colegio México de Acoxpa a mediados de septiembre, diez días después del inicio de clases que aquel año cayó un lunes 7.
Fueron mis primeros Juegos que mirados con uso de razón y cierta conciencia deportiva, no coincidían con las vacaciones de verano en las que, sin horario y con permiso para desvelarnos, disfrutábamos sin restricciones de principio a fin.
Así que tuvimos que organizarnos para verlos entre clases, tareas y exámenes quincenales; pero los hermanos Maristas, que siempre han tenido una enorme cultura deportiva, decidieron cambiar el horario de clases durante aquellas dos semanas entre el 17 de septiembre y el 2 de octubre, permitiendo a los alumnos entrar a las nueve de la mañana para que pudiéramos ver en casa las pruebas estelares en vivo, que empezaban a las 5 de la mañana hora de México, sin tener que correr para llegar a clases.
Seúl 1988 cambió muchas cosas, una de ellas fue determinante en el futuro del olimpismo y se resume en una sencilla imagen: una chica de 18 años cruza el Estadio Olímpico abanderando a la delegación Argentina y al mismo tiempo, representa a todos los atletas profesionales del mundo. Cuando Gabriela Sabatini desfiló por aquella pista el profesionalismo, de la mano del tenis, había entrado de lleno al olimpismo.
Junto a Sabatini, Steffi Graf, Boris Becker y Stefan Edberg, las primeras raquetas de la época, rompieron la barrera que separaba a los atletas entre buenos y malos: los que lo hacían por amor al juego y los que, según el COI, lo hacían por dinero.
A aquella generación de tenistas del 88 y a su federación que peleó por el derecho de sus deportistas de representar a sus países, debemos que en los Juegos Olímpicos hayan participado leyendas como Jordan, Bird, Johnson, LeBron James, Induráin, Serena Williams, Federer, Nadal y ahora el joven Alcaraz.