Aunque dejó de participar en la Copa América, México sigue siendo uno de los pocos países que suele jugar el paquete completo que la FIFA vende: campeonato regional, campeonato de las confederaciones, campeonatos con límite de edad y campeonato mundial. Un privilegio muy bien capitalizado.
Sostener una selección en constante competencia en cualquier parte del mundo, no es sencillo; y aunque la nuestra no acumula muchos títulos, siempre tiene la posibilidad de aspirar a alguno de ellos durante los años previos a cada Mundial.
La fascinación que hay en nuestro país por la palabra “Mundial”, es única. Su embrujo y poder de convocatoria supera los límites. Es la palabra más valiosa que tiene el futbol mexicano y, también, una de las más queridas. Porque a pesar del sufrimiento, la angustia, el desengaño y la tensión que llega a provocar, activa una serie de sensaciones familiares con las que millones de personas se identifican y comparten a lo largo de sus vidas: aquí el Mundial no se gana, se vive.
Eso explica la enorme derrama que genera el Tri. Probablemente, la selección mejor comercializada del mundo junto a la brasileña. Cuando el proyecto deportivo acompañe al incuestionable éxito del proyecto comercial, estaremos frente a una de las selecciones más poderosas del mundo. Qatar 2022 ofrece un pulso muy atinado de todo esto en su reporte preliminar de venta: los mexicanos empiezan a liderar la compra de boletos para sus estadios como ha sucedido en los últimos mundiales.
Sin importar la distancia, nuestros aficionados se convierten en los principales seguidores y clientes de un evento en el que las audiencias se disparan, las marcas blindan su territorio, los medios experimentan formatos, los publicistas aprovechan como plataforma de grandes lanzamientos y el consumo de los aficionados alcanza uno de sus picos más importantes del ciclo total del futbol en cualquier país.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo