Sereno, melancólico y reflexivo, el futbolista, pieza de mil batallas y pedazo de multitudes, camina por la sala con el viejo paso de campeón. Conserva la fuerza, la estampa del crack y la energía suficiente para poner de cabeza un estadio entero, pero en el último tramo de su carrera, le falló el corazón.
Sergio Agüero, que es un chamaco para enfrentar la vida, ahora es un veterano que contará una gran historia. Rodeado de compañeros, medios, seguidores, y millones de personas a través de las redes, se dirigió al mundo en soledad: “he decidido dejar el futbol profesional, me voy”.
El momento del retiro de cualquier atleta, apenas dura unos minutos, los únicos que el tiempo le concede en paz. Durante esa tregua entre reloj y deportista, siempre hay un instante mágico: cuando nos damos cuenta que la estrella se apaga, sube al cielo, y el hombre se vuelve un tipo normal. Aunque conscientes de que ese instante llegará, ningún jugador está listo para enfrentarlo.
Despedirse, es la parte más dura para este tipo de personas, que, aunque llevan años de trabajo y exposición; encaran la situación más compleja de sus vidas siendo muy jóvenes. La carrera de Agüero quedará archivada en YouTube. Gracias a la digitalización, millones de jóvenes podrán verlo jugar. Es curioso, pero así como los grandes museos almacenan las obras de artistas inolvidables para compartirlas por generaciones, los grandes servidores digitales se han convertido en auténticos mausoleos de pasión.
La herencia de Agüero, que descansa en su hijo Benjamín, nieto de Maradona y ahijado de Messi, será otra prueba para confirmar lo que muchos sabemos: el futbol se lleva en la sangre.
Al cruzar la puerta de ese largo túnel que va de la cancha a la calle, y que convierte a los ídolos en civiles, hay un rincón donde el deporte se detiene a mirarlos; a solas, deportista y profesión, se regalan un pedazo de sus vidas.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo
