Al finalizar la segunda guerra, se encontraron en Tennessee cientos de láminas de madera que el ejército norteamericano había encargado para empalizar trincheras en el norte de Francia como parte del plan del desembarco de Normandía.
Parte de la madera que había servido para proteger soldados, regresó al puerto de Boston y fue almacenada corriendo el riesgo de acabar como leña para calentar el invierno. Pero un contratista italiano dedicado a la construcción de muelles, descubrió la forma de hacer negocio con ella. Alcanzó un acuerdo con los militares y la vendió en 1946 a un equipo recién fundado al que llamaron: Celtics. Su propietario, Walter Brown, cerró el trato y pidió al contratista forrar la nueva Arena de la ciudad, pagándole 11 mil dólares a Anthony DiNatale por aquellas heroicas láminas que terminaron siendo una cancha de baloncesto.
Cortada en partes iguales, la madera fue colocada pieza por pieza dando una personalidad inigualable y un carácter único a una de las superficies más emblemáticas del deporte. Con el tiempo, el histórico parqué que acompañó a los Celtics como símbolo de su leyenda, se volvió determinante.
Nadie quería jugar en Boston y casi nadie podía ganar en Boston, donde el balón botaba irregularmente reclamando a la cancha las heridas y dolores de la vieja madera de barracones.
En esa cancha, los Celtics ganaron 15 títulos divisionales, 19 títulos de conferencia y 16 campeonatos nacionales. La invencible madera fue removida de la antigua Arena, recolocada en el mítico Boston Garden y jubilada en 1999 en el renovado TD Garden.
Al igual que el parqué, el soberano “Monstruo Verde” en Fenway Park, continúa vigilando la tradición y solera de Red Sox sobre el campo de beisbol. Cada vez que un equipo de Boston pelea por campeonatos, el deporte recupera el suelo que le sostiene y la pared que le protege. Larga vida a los Celtics en las Finales de la NBA.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo