Un muñeco inflable con el dorsal número 20 del Real Madrid es arrastrado por las escaleras de un puente, amarrado del cuello y colgado de él junto a una manta escrita con pintura macabra que dice: “Madrid odia al Real”.
La amenaza, el mensaje y la imagen al estilo del crimen organizado, se apoderaron de los portales deportivos y las redes sociales del futbol mundial concediendo un maldito pedazo de éxito a los autores materiales del atentado que, durante algunas horas, celebraron desde la cobardía del anonimato el secuestro emocional que habían conseguido llevar a cabo sobre la figura de Vinicius, familiares y amigos del jugador, instituciones como Atlético y Real Madrid, organizaciones como LaLiga y aficionados en general.
Horas después, con toda seguridad, los criminales se encontraban exhibiendo su trofeo en la barra de algún bar, mirando el partido por televisión y planeando su siguiente ataque; mientras Vinicius, vivo, definía la eliminatoria con un gol en la prórroga.
Este tipo de actos cada vez más comunes, al igual que el terrorismo digital encarnado en las redes de clubes, jugadores, periodistas y aficionados de buena fe, suceden en todo el territorio del futbol, sin importar sus coordenadas, pero no suceden en el baloncesto, el tenis, el futbol americano, el atletismo, el beisbol, el ciclismo, el automovilismo o cualquier otro deporte.
¿Qué es lo que está provocando tanta violencia alrededor de este juego? Decir que el futbol es un reflejo de la sociedad es una frase tan hueca como creer que el futbol es capaz de adormecer a las masas. No, algo está pasando con este deporte que parece incapaz de recuperar su sencillez para jugarlo, su nobleza para desarrollarlo y su bondad para compartirlo como principales atributos de su universalidad.
Los grandes organismos, más interesados por el exterior del juego, dejaron de preocuparse por su interior.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo