Siempre supimos que el América era un Club rico, millonario o millonetas como le apodaron durante alguna época en la que el Sr. Azcárraga Milmo transformó el futbol en un espectáculo para la televisión, una herramienta de penetración y un motivo de reunión en las familias mexicanas.
El Guadalajara, que interpretó el papel romántico del relato, fue un cómplice perfecto para que esto sucediera, pero la verdad es que el América fue la locomotora del profesionalismo en México. La familia Azcárraga entendió muy bien, y aquí hay que puntualizar: lo entendió muy bien y antes que nadie en el mundo, que el futbol iba a convertirse en uno de los productos más rentables en la historia de los medios de comunicación. También supo que ese nuevo mercado crecería en función de la inversión que su equipo hiciera contratando estrellas, pagando mayores sueldos, promoviendo marcas, lanzando campañas publicitarias, produciendo mejores transmisiones, creando personajes, construyendo leyendas, contando historias alrededor del juego y, sobre todo, ganando campeonatos.
Podemos asegurar que el Club América de México fue el primer equipo deportivo programado para la audiencia: un exitazo que enseñó el camino a Ligas, televisoras y clubes de todas partes que hasta entonces vivían de sus taquillas. El poder de esta estrategia convirtió al televidente en aficionado y al aficionado en consumidor. En poco tiempo el “americanismo” se volvió el fenómeno más visto y seguido del país, razón que puso en marcha otra corriente televisiva y periodística muy exitosa llamada “antiamericanismo”, que, de manera indirecta, ayudó a consolidar su afición, apuntalar su mística y difundir una contra liturgia.
Al ganar su decimocuarto título, colección que hereda la familia Azcárraga, el América vuelve a demostrar que para triunfar de esta manera en el futbol es determinante tener dueños apasionados, tenaces y futboleros.