La carrera de un futbolista es el tiempo que transcurre en dos días: el día del debut y el día del retiro; lo que pasa entre uno y otro son momentos, imágenes, títulos, historias y estadísticas que determinan su legado.
Pensar en el retiro suele ser triste y agobiante, quizá por ello el futbolista dedica pocos días de su carrera a planear el primer día del resto de su vida. Y aunque las causas que obligan la retirada casi siempre son las mismas: edad, rendimiento, lesiones, nunca vemos el retiro como un derecho.
Piqué ha hecho válido el derecho a retirarse decidiendo cómo, cuándo, dónde y por qué, sin aparente causa natural, convirtiendo su retiro en una reivindicación personal: es dueño de su trayectoria, de su vida, de su nombre y de su herencia.
Tuvo muchos güevos Piqué al dar este paso así, de la nada y sin avisar, pero, sobre todo, ha tenido una carrera insuperable y una brillante planeación estratégica a futuro que le dan una tranquilidad absoluta para hacer lo que le dé la gana.
Los aficionados creemos tener el derecho de exigir el retiro al jugador, “retírate”, probablemente, sea la agresión más repetida y barata que escuchamos en los estadios o leemos en las redes: alguien dijo que la vida de los futbolistas se incluye en el precio del boleto y algunos se lo han creído.
Culpable de todos los males y señalado por todos los malos, Piqué fue el único con el valor necesario para decir: aquí el que se marcha soy yo.
Por motivos personales, familiares o profesionales, que son tan suyos como la Copa del Mundo, las Eurocopas, las Champions, las Ligas y el dinero que ganó, nos está dando una lección extraordinaria, organizador de la Copa Davis, dueño de una productora de contenidos y presidente de un equipo de segunda división, le sobra energía para no aburrirse y seguir compitiendo sin jugar al futbol.
Su retiro ha sido como su carrera: inesperado, libre y soberano.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo