Confianza
Ser seleccionado era honor y un privilegio, a su alrededor había un cerco levantado con admiración, aspiración y cariño que aficionados y ciudadanos les demostraban. Pero ese círculo de confianza se estrechó, y corre el riesgo de desaparecer convirtiendo la relación entre público y deportista en una constante falta de respeto. La escasa tolerancia a la derrota y la eufórica reacción a la victoria, condenan a nuestros jugadores, equipos y selecciones a jugar cada partido en un precipicio. Hoy triunfa la crítica más insolente, no la más inteligente; se busca la polémica más burda, no la más dura; y se aplaude el comentario más soez, no el más sensato. El deporte está perdiendo la batalla frente al espectáculo.
Instinto
Al ganar su decimocuarto título de Roland Garros, vigésimo segundo Grand Slam en su carrera, Nadal sonrió unos instantes, festejó con mesura y se refugió en los casilleros de la pista central. Minutos después, regresó a la cancha con la mirada triste, un nudo en la garganta y una duda que no sabe cuándo despejar. Uno de los mejores deportistas de todos los tiempos, está atrapado en medio de una partida entre la cabeza, el cuerpo y el corazón: esta vez, no sabe cómo ganar. Al recoger la Copa de los Mosqueteros, escuchar el himno y dirigirse al público, hubo un momento donde parecía que alguno de esos tres elementos había vencido al jugador. Al final, Nadal, que ganó por instinto, también habló por instinto: seguiré intentándolo.
Autoridad
Once jugadores estonios, el tipo de sparrings que las esquinas eligen para mantener competitivo el espíritu de sus campeones, salieron al campo de Pamplona y encontraron la mejor versión en los últimos 18 meses, del mejor jugador de los últimos 18 años: en 90 minutos Messi les marcó 5 goles. El resultado coloca a los argentinos como principales candidatos al título mundial: no se trataba de ver a Argentina ganar 5-0 para comprobarlo, sino ver a Messi volviendo a jugar con esa autoridad para confirmarlo.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo