Dar la mano, extender una mano, prestar nuestras manos, son la principal característica del mexicano. Solidario, luchador y acogedor, nuestro país ha hecho milagros con sus manos.
La obra de Don Antonio Carbajal, la Tota, es un extraordinario ejemplo para explicar a futuras generaciones lo que un hombre sencillo, valiente y honesto es capaz de hacer con sus manos.
Durante años Don Antonio siguió empeñado en cuidar a las personas. Lo hizo como guardameta y capitán de la Selección Nacional, pero sobre todo, lo hizo como persona: entregando su tiempo y su legado al rescate de niños y jóvenes en situación de abandono.
Carbajal entendió como ningún portero en la historia el significado de proteger el marco de su equipo y de su gente. Hasta el último día de su vida, ayer, mantuvo esa fuerza protectora que acompaña el alma de los auténticos porteros.
Ser portero, arquero, guardameta, lleva en la vocación una misión para hombres grandes: se trata de salvarnos, guardarnos. Las manos de un guardameta para quien las haya tocado, son un relicario: llagas, nudos, callos, huesos rotos, dedos torcidos, ampollas. Los milagros dolorosos, el rosario de un Club. Al portero, al arquero, confiamos nuestra pasión, dejamos en sus manos nuestra afición.
Don Antonio nació portero y murió portero, pero por encima de todo, vivió como portero: siempre estaba ahí.
Cuesta entender la muerte de seres humanos como Carbajal, lo que no va a costarnos ningún trabajo será explicar su inmortalidad.
La última vez que tuvimos oportunidad de visitarlo fue en el salón de su casa. Tocamos la puerta, nos preguntaron, ¿quién es?, y respondimos: el Club León. Al entrar volvimos a encontrar la gigantesca estampa del Cinco Copas, sentado en un sofá, con una cobija cubriendo sus piernas y las manos juntas, repasando con sus dedos las viejas heridas de una deportista ejemplar.
Sentados allí, mirándolo, escuchándolo, sentimos paz: guardamos aquel momento como un mano a mano con la antigua grandeza del futbol, un deporte que debe recuperar su nobleza y bondad.
Al despedirnos, Carbajal volvió a darnos una lección: extendió su mano y nos dijo, cada vez que necesiten una, recuerden que aquí tengo dos.
