Pocas coberturas deportivas en los medios tradicionales de comunicación gozaban de tanta autenticidad, emotividad, conocimiento y nostalgia, como aquellas donde micrófono en mano, cámara al hombro y de ciudad en ciudad, hacían David Faitelson, Luis Villicaña, los organizadores Luigi Casola y Raúl González y el camarógrafo Jose Manuel Nieto, transmitiendo en vivo a través de la radio en Grupo Acir y por televisión en la antigua Imevisión: las salidas, recorridos, cruces por las metas volante y llegadas a la meta final, de la querida Ruta México de Ciclismo.
Trepados en camionetas y escoltados por Policías Federales a lo largo de caminos y puentes, periodistas, técnicos, equipos y patrocinadores, acompañaban al pelotón en una conexión mágica entre colores, paisajes, pueblos, nacionalidades, historias y emociones, que, durante dos semanas, recorrían buena parte de nuestro país arrastrando la pasión por uno de los deportes más importantes, pero olvidados de México.
Recuerdo con especial cariño aquellas voces que narraban con enorme vocación, los momentos en que los ciclistas entraban como una tromba a las calles de distintas ciudades al finalizar cada etapa. Aunque hoy nos parezca raro o lejano, miles de aficionados mexicanos hacían compañía a los corredores en veredas y avenidas o se reunían alrededor del centro de sus ciudades para aclamarlos en los últimos metros.
La desaparecida Ruta México representó uno de los momentos más emocionantes del deporte y los medios deportivos mexicanos. Hombres sobre ruedas que avanzan en competencia obligaban a pensar en personas que por oficio o necesidad, encontraban en la bicicleta un mecanismo de superación, comunicación y sustento.
Mirando el Tour de Francia que concluye este fin de semana, extraño aquella época de Raúl Alcalá o Miguel Arroyo, que permitía confiar en el ciclismo como un extraordinario movimiento social.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo