Hemos visto, leído y escuchado todo tipo de argumentos, recomendaciones, críticas y análisis en medios, estadios y redes, sobre las reformas que el futbol debe llevar a cabo en su negocio, su estructura, su modelo y su ideal deportivo; todos ellos sin ninguna duda son válidos, ayudan a reconstruir una industria que interesa a todos y son una extraordinaria prueba de autoevaluación: qué piensan los especialistas, periodistas y aficionados de los problemas que enfrenta el futbol y qué es lo que el futbol debe hacer para resolverlos y mejorar.
Pero echo en falta otro análisis que durante todos estos años nadie se ha preocupado por hacer y en estos tiempos donde se exigen tantas reformas y sobre todo reflexión, debería formar parte del proceso y la solución. Cada vez es más común que en el centro de esta discusión el periodismo ataque sin piedad y en ocasiones, sin ninguna educación, a futbolistas, entrenadores, árbitros y directivos; de la misma forma que estos, los principales actores del juego, se siguen alejando de los medios y los periodistas a quienes consideran una especie de enemigos íntimos con quienes están condenados a convivir en una clara falta de respeto hacia el trabajo de la prensa.
Pero lo más delicado de este conflicto sucede cuando se involucra a un sector de la afición dispuesta a disparar desde las redes sociales hacia ambos lados de la frontera; aquí es donde el ambiente escala a niveles nunca vistos de agresividad que desencadenan todo tipo de ataques: aficionados peleando con jugadores y periodistas; periodistas peleando entre periodistas y respondiendo ataques de aficionados; jugadores atacando a periodistas y encarando aficionados.
Este pandemónium digital, que a conveniencia confundimos con libertades, no es la clase de escenario que necesita este deporte para atraer a nuevas generaciones de periodistas, aficionados, jugadores y directivos.