Al futbol mundial le conviene cerrar el bochornoso capítulo de la Superliga, que pasará a la historia como un intento de rebelión, una amenaza o un meme; pero le urge abrir una profunda revisión de sus estructuras y gobernanza que, en el fondo, provocaron este disparate.
La primera conclusión, y quizá la más original, es que el futbol siempre vuelve a su origen. Reglamentado por los ingleses hace más de un siglo, fueron otra vez los ingleses quienes se organizaron para acabar con el conflicto. La protesta más noble y firme contra el movimiento estuvo encabezada por aficionados del Liverpool, Chelsea y United. Como en ninguno de los países involucrados en la Superliga, la afición inglesa influyó de manera determinante con esa voz característica que volvió a ser un canto trascendental. Tenemos mucho que aprender de los aficionados ingleses y desde luego, mucho que seguir aprendiéndole a la Premier League, que incluso por encima de la Champions League, es la organización más avanzada y mejor organizada del futbol mundial.
La segunda conclusión alrededor del tema tiene que ver con las posturas de UEFA como organismo central. Por un lado, su tono amenazante dejó ver que los grandes organismos del deporte han evolucionado muy poco en su forma de hablar y mandar: mantienen cierto estigma autoritario de la antigua FIFA que les impide ver la necesidad de cambiar, dialogar y ceder.
La Superliga pasará a la historia como un intento de rebelión, una amenaza o un meme
Por otro lado, su solución al dilema está basada en una vieja decisión que ofrece flojos beneficios, nadie se quebró el coco pensando: más equipos y más partidos de Champions terminarán estrechando más los calendarios y ahora, serán los jugadores, entrenadores y selecciones quienes levantarán la voz.
Parece el cuento de nunca acabar. La palabra “más” se está estirando demasiado: la Superliga exigía más dinero donde no lo hay y la UEFA propone más partidos donde no caben. El problema es de cantidad.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo