Recibido como un hombre del espacio, Cristiano Ronaldo aterrizó en Riad, bajó por la escalinata de su aeronave, saludó con protocolo de Estado, hizo dos caravanas y escoltado por un séquito de amigos que le susurraban al oído, familiares que le acompañaban con cariño y empleados que le cargaban las maletas, subió al Rolls-Royce que le regaló su majestad; en ese instante, despareció el legendario jugador de futbol y apareció el gran ídolo del pop: Cristiano cruzó el túnel del último estadio en su carrera y al llegar al campo, encontró un palacio lleno de luces, lujos, incienso, oro y mirra.
En el mundo del deporte es casi imposible observar el momento exacto en el que una estrella cae del cielo, durante las próximas temporadas veremos la de Cristiano apagarse en la lejanía y soledad del desierto.
Un goleador de su categoría merecía un retiro en estas condiciones: los árabes pagaron una fortuna por los últimos años de una carrera brillante. Si algo hizo Cristiano además de cientos de goles, fueron cientos de millones: el futbolista mejor pagado de la historia.
Como ningún deporte, el futbol enseña su pacto con el destino: mientras la estrella de Cristiano caía a la tierra, la de Pelé era enterrada en ella.
La riqueza de un futbolista puede medirse en goles, títulos, seguidores y victorias, pero últimamente, hay quien prefiere medirla en dólares. Pelé fue mil veces mejor jugador que Cristiano, pero Cristiano es mil millones de dólares más rico que Pelé. No es que Pelé fuera pobre, al contrario, fue el primer futbolista en vender su imagen por todo el mundo en una época donde la publicidad se volvió una industria, pero lo que ha vendido Cristiano es de otro planeta.
Pelé se fue sin deberle nada a nadie, pero Cristiano y su generación, le deben mucho a Pelé: el hombre que abrió el camino de los derechos de imagen en el fútbol, dándole el valor que nadie había dado el jugador.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo