Creer en el espíritu olímpico es un acto de fe, pero definirlo, requiere pruebas reales que documenten su existencia. A lo largo de su historia, los Juegos Olímpicos han demostrado en innumerables ocasiones que esa fuerza se encuentra en personas ordinarias capaces de lograr cosas extraordinarias: sus atletas. Al interior de cada uno, habita esa energía esencial que trasciende en el momento justo, causando todo tipo de reacciones que cautivan a millones de aficionados con su movimiento.
Los primeros días de Tokio 2020-2021, ya han dejado un par de instantes en los que pudimos observar con detalle, el punto exacto en el que aparece el espíritu de los Juegos. La primera aparición sucedió en la prueba de Skate, un deporte de reciente inclusión que, por su naturaleza, intenta modernizar la programación olímpica acercando a las nuevas generaciones que empezaban a sentir que al olimpismo, como un concepto de la antigüedad.
Así que el Skate, arrojó en una sola tarde, el podio más joven en la historia de los Juegos: oro para la japonesa Momiji Nishiya, de 13 años; plata para la brasileña, Rayssa Leal, con la misma edad; y bronce para otra japonesa, Funa Nakayama, de 16 años. En la emoción, competitividad y alegría de estas tres atletas, el espíritu infantil de los Juegos se materializó.
La segunda aparición fue en la piscina. La piscina más grande, moderna y avanzada en la que se haya sumergido la joven de 17 años Lidya Jacoby, nacida en una pequeña población de Alaska, Seward, donde solo existe, una piscina escolar. Jacoby, no es producto del poderoso sistema de natación universitario de Estados Unidos, es una estudiante de secundaria que regresará a su salón de clases como campeona olímpica, venciendo a las grandes favoritas en su prueba.
Es importante insistir en la existencia del espíritu olímpico, porque puede encontrarse en cualquier persona, lugar, o en nuestra vida cotidiana.
José Ramón Fernández Gutiérrez de Quevedo