Cultura

Richard Dadd, el loco artista parricida

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  • José de la Colina

En el manicomio de Bedlam, Inglaterra, vivió más de cuarenta años Richard Dadd (1817-1896) pintando cuadros de motivos fantásticos. Desde muy joven había tenido la idea fija de que para librarse de la imagen maléfica de alguien había que matarlo. Y su tácito autocompromiso lo había cumplido el 28 de agosto de 1843, cuando asesinó a nadie menos que a su progenitor, en quien creía ver a Satán.

Richard, que había estudiado la obra del visionario poeta y pintor William Blake, produjo la obra propia poblándola con una muchedumbre de seres fantásticos que para él eran reales y comunes. Su cuadro titulado The Fairy-teller's Master Stroke (El golpe magistral del narrador de cuentos de hadas), donde alberga una muchedumbre de seres humanos reducidos a dimensiones de insectos perdidos entre la prolífica vegetación, está hecho con la precisión de un ilustrador realista. El grano de arena, la espiga de trigo, la cáscara de la castaña, la peculiaridad y las muecas de cada rostro, los pliegues de las vestimentas, están allí muy detallados, y los personajes se ven verdaderos, aunque les falta poco para ser invisibles entre la hierba y los follajes. De tal modo es difícil el recuento de todas las figuras del cuadro [del cual aquí, por razones de espacio, solo se reproduce la parte central], y cuando creemos que no ha faltado ninguna, aparece otra más, como burlándose de nuestra distracción, surgiendo de entre plantas y hierbas y escondiéndose tras nuestro parpadeo. Son, efectivamente, como personajes de cuentos de hadas que hubieran girado desde lo maravilloso hasta lo siniestro. Allí, entre vagabundos o gitanos, soldados, músicos ambulantes, algún rey de leyenda, brujas, damas y aldeanas, obreros con blusones, surgen algunos seres estirados o aplanados, como deformados por espejos de feria. Y todo eso es dizque "natural", pues, salvo por la talla de las figuras, pocas de ellas son inverosímiles. Se siente que para el pintor esos visitantes eran reales, que los pintó porque los veía dentro de sus párpados cerrados. Trabajaba como un mero fotógrafo de sus sueños y alucinaciones, pero también simbolizaba su parricidio, pues el personaje del hacha, ¿no parece amenazar con ella al viejo de dura mirada que está frente a él?

El cuadro de Dadd aportaría al psicoanalista una profusión de observaciones clínicas del mayor interés... si cayésemos en la vieja manía, todavía actual, de psicoanalizar el arte. Se trata de la estampa ilustradora de un cuento en el que nos embrollaríamos si quisiéramos halllarle ilación: cada individuo de este gentío innumerable está terriblemente aislado y ningunea a los personajes vecinos que también lo ningunean, y están indiferentes o en tensa espera del hachazo.

La aparente ausencia de delirio, la fría objetividad de la "visión", el realismo minucioso en los detalles, esa veracidad solo perturbada por la obsesión de los liliputienses (como otros pintores, por ejemplo Goya, están obsesionados con los gigantes), hacen que lo visible y lo invisible se unan intrincadamente. Es obra poética y fría de alguien que no iría más allá de ser un buen ilustrador de historias fantásticas si no lo habitase el sueño despierto de un loco que, además, era un ilustrador muy talentoso.

El cuadro, a la vez de presentar minuciosamente una escena de cuento fantástico, insinúa la inminencia de un crimen: el asesinato a hachazos. En el centro de ese abigarrado escenario campestre, un personaje de los protagónicos, visto de espaldas, alza el hacha para descargar un golpe hacia la gran castaña en el suelo ¿o hacia el gnomo barbado e iracundo que se halla a dos o tres pasos frente a él?

Así, Dadd, el parricida, enclaustrado en su locura vigilada y en el arte, fijaba en imágenes sus alucinaciones quizá perpetuas... y tal vez sublimaba su crimen.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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