Lo llames o lo apodes Otro Yo, u Otro Tú, o Álter Ego, o Tu/Mi Doble, o Doppelgänger, o Autrui, o Mister Hyde, o William Wilson, sabes que el dudoso inesperado amigo/enemigo que llevas en ti puede aparecérsete lo mismo en el insomnio, o en el sueño, o en los estados delirantes, o bien sorprenderte en cualquier mañana en que lo veas acechándote desde un espejo de tu casa o desde una vitrina en una esquina callejera. Y, puesto que eso les ha sucedido a los escritores (como a Guy de Maupassant, que un día, en los inicios de la locura, vio a otro Guy de Maupassant sentado a su escritorio), va aquí un pequeño muestrario de ese fascinante o meramente inquietante asunto en breves textos de varios autores releídos al azar.
(Y una disculpa al lector por haber incluido un texto mío.)
Doppelgänger
En la noche silenciosa descansan las calles./ En esta casa vivía mi amor,/ que abandonó hace tiempo la ciudad,/ pero la casa aquí permanece./ Hay otro hombre que alza la mirada./ Su rostro me horroriza./ La luna me muestra mi propia faz./ Oh mi doble, mi pálido camarada,/ ¿por qué delatas las penas de amor/ que en este sitio padecí/ en tantas noches de otro tiempo?
Lied, de Schubert, letra de Heine.
La corbata delatora
El elegante señor Pelham combatía contra un doble infernal que tomaba su forma de ser, imitaba su lenguaje, adoptaba sus costumbres, lo sustituía en los actos públicos y, en todos los lugares y aun en su mismo hogar. Deseando suprimir a ese doble infernal, el señor Pelham decidió un día realizar un acto desacostumbrado que rompiera la rutina de sus costumbres y fuese tan menor que escaparía a la sagacidad del otro. Compró una corbata atrozmente chillona, de dibujo y colores que hacían daño a la vista, se la anudó valientemente al cuello y entró donde lo esperaba el doble, el cual, por supuesto, llevaba una elegante corbata de las que solo usaba el señor Pelham. Esta vez sería el triunfo del verdadero Pelham. La confrontación entre los dos enemigos ocurrió ante el mayordomo del señor Pelham, que, desconcertado, no lograba distinguir entre el amo falso y el verdadero. Entonces el impostor asestó un argumento irrefutable en la forma de una pregunta dirigida al mayordomo: "James, ¿alguna vez me has visto llevar una corbata de tan pésimo gusto como la de ese señor?".
Anthony Blackstone
Borges y yo
Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. [...] No sé cuál de los dos escribe esta página.
Jorge Luis Borges
Laberinto
Una vez en el laberinto, llegó un momento en que tuve la impresión de que me cruzaba repetidamente conmigo mismo, de que yo era el otro, dentro y fuera de mí, hasta que, desconcertado, elegí quedarme un rato quieto en un punto, en la eventualidad de que pudiera recobrar mis sentidos, y entonces fue que me vi, con espanto, pasar por otra de las sendas equivocadas y sin salida.
Jorge Timossi
En la alta noche...
En la alta noche propicia a la duda, al insomnio, al delirio, a la alucinación, te miras distraídamente al espejo del cuarto de baño y, sintiéndote aburrido de encontrar tu mismo rostro de siempre, haces unas cuantas muecas para distraerte un poco (como si te pusieras una cambiante máscara de carnaval), y entonces ocurre una suerte de silencioso clic en tu pensamiento y empiezas a asustarte preguntándote quién es ese otro rostro que desde allí te mira, qué pensamiento ajeno hay detrás de él, por qué también él parece estar asustado tras las muecas bufonescas que hace o haces, y cuál de los dos, es decir, el Otro Tú o el Otro Yo, es el que verdaderamente existe... y, antes de que te arrebate el vértigo que ha comenzado a insinuarse, corres como un niño aterrado a tu habitación y te metes en el lecho y te cubres la cabeza con sábana y manta, y así, sin poder dormir, te dedicas a temblar durante toda la noche, en espera de que llegue el alba, porque te has dado cuenta de que allí, ante el espejo, has creado un Otro Tú u Otro Yo, ese radicalmente desconocido monstruo de enormes ojos irónicos, ese extranjero íntimo: el demonio de la alta noche que piensa y te hace pensar en extrañas quimeras que se revelan como ajenas y tuyas y que ni la quirúrgica luz de cuchillo del alba habrá de expulsar.
José de la Colina