Cultura

Carta desde quién sabe dónde

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  • José de la Colina

Familia, ya sé que llevo mucho tiempo sin escribirles —escribe uno de los personajes que a veces soy en mis sueños, o quizá en mis pesadillas o mis insomnios—, pero es que ya quedan muy pocas de las botellas en que les envío las cartas y que tiro al mar esperando que el azar haga bien las cosas. Tal vez ahora sí llegue yo a casa antes del final del año, será en esta constante noche que nos rodea y que abarca todo el horizonte escondiendo a esos grandes pájaros blancos que allá arriba vuelan chillando teke li li, teke li li, teke li li... La noche nos envuelve quién sabe desde cuándo, nos vuelve ciegos o zombis, de modo que para saber que aún quedamos algunos nos llamamos a gritos: y pues a veces yo también me grito ¡eh Sebastián! porque con tanta confusión y tanta noche uno llega a pensar que el que está casi invisible pero cerca no es otro marinero sino uno mismo, el hijo, el nieto, el hermano de ustedes, o sea yo, pero otro, y es que ya no sé ni cómo me llamo, cómo se llama el barco ni qué matrícula y nacionalidad tiene… Y así vamos perdidos en un mar que el capitán dice que brilla por su ausencia en los mapas, y la aguja de la brújula sólo gira y gira como un derviche desenfrenado…

Y disculpen la mala letra pero ya digo que es culpa de la noche y que escribo a ciegas oyendo las pocas botellas que todavía ruedan de aquí para allá en la cubierta, vacías del ron que ahora está repartido en las cabezas de mis compañeros marineros que cantan quince hombres van en el cofre del muerto, ay ay ay la botella de ron... En fin, si lo quiere el Destino, que es el nombre que algunos dan al Azar, llegaré a casa, y les pido que me dejen la llave bajo la esterilla ante la puerta, entraré en silencio cuando todos duermen, y por favor me ponen la cena navideña aunque sea en la mesa de la cocina, sólo eso pido, que al llegar yo (pues tarde o temprano llegaré, se los juro) encuentre el familiar y querido paisaje interior del Hogar Dulce Hogar, y no es necesario que estén ustedes despiertos, mejor que duerman ustedes y me reciban a la mañana siguiente, así será más alegre el momento ¿no les parece?... Dirán ustedes que soy un ingrato, que ninguna necesidad tenía de hacer tan largo viaje, y me declaro culpable, me digo que para qué les habré yo mentido diciendo que me iba a remar en barca al lago de Chapultepec o a recorrer en chalupa el laberinto de agua de Xochimilco, y para qué luego les habré vuelto a mentir diciendo en la primera de las botellas mensajeras que me hallaba en Venecia, yo no sabía que mentía, lo que pasaba es que como ustedes han de saber ya desde chico yo, cuando iba a la escuela en días de lluvia, me gustaba meter los pies en los charcos de la calle, y sentía que el charco tiraba de mis pies, y que por ahí el mar alargando uno de sus tentáculos de gran pulpo líquido ya empezaba a secuestrarme, a llevarme lejos de casa, de la ciudad, de la serie de todos los días: lunes y martes y miércoles y jueves y viernes y sábado y domingo y vuelta a empezar, en fin que ya el mar me hacía hombre de mar, y siempre supe que ése era mi futuro señalado por quién sabe qué Dios, es decir que estaba yo destinado a ir y venir por estos mares del mundo cuyo rumor me llamaba ya desde antes de nacer, tal vez desde antes de ser un mero escalofrío lúbrico en la espina dorsal de Papá y Mamá, pero no sabía que más allá de cualquier línea del mapa sólo hay un horizonte que es un círculo de noche alrededor de la Tierra, una noche que la luna temblorosa no logra despejar, así que quién sabe en qué momento este veterano barco, tan curtido en mares y en tormentas y en calmas chichas, perdió el rumbo y navega por rutas fuera de los mapas y cursadas por un capitán olvidadizo. Ya no hay islas ni continentes al sur ni al norte ni al este ni al oeste, sólo la densa noche en la que nosotros, marineros apátridas, estamos perdidos, aunque el capitán, entre fumadas de su pipa en forma de sirena, jura y perjura que ya mero llegamos, que ya se huele la tierra, que ya le llegan a sus expertas narices las ráfagas aromáticas de las bellas muchachas morenas que entre palmeras borrachas de sol nos esperan en la isla Innombrada cantando “brindo placer a los hombres que vienen del mar”, pero más bien yo creo que el capitán ya sufre, ¿o goza?, del delirium tremens o tal vez del alzheimer, y que, aunque navegamos sin rumbo, él cree que está luchando con el mar toda la noche…

Y las locas botellas vacías ruedan en cubierta y el gaviero loco toca su ukelele: tilin tilín iiieeeuuuu, tilín li li ling iiieeeuuu.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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