Yendo más allá de Gabriel Zaid, que invitaba a leer en bicicleta, Valeria Luiselli, como en un vuelo de ciclista de la escritura, publicó un poema en prosa disfrazado de ensayo en un viejo número, el 106, de la revista Blanco Móvil, dedicado a los “jóvenes y muy jóvenes ensayistas mexicanos”. En esas leves dos páginas de glorificación del ciclismo, Valeria se manifestó por el ciclista (ella lo llamó “bicicletista”) como solución al conflicto urbano entre el peatonismo y el automovilismo. Y sugería una caracterología del leve vehículo:
“Existen bicicletas para todos los temperamentos: las hay melancólicas, emprendedoras, ejecutivas, salvajes, nostálgicas, prácticas, alegres, ágiles y parsimoniosas. Más que los perros a sus dueños, las bicicletas se asemejan a su ciclista. En ellas el hombre se siente realizado, representado, resuelto. La bicicleta no solo es noble con el ritmo del cuerpo: también es generosa con el pensamiento. Si uno es propenso a divagar, es perfecta la compañía sinuosa del manubrio (...) El bicicletista logra esa velocidad despreocupada que libera el pensamiento y lo deja andar a piacere. Sobre sus dos ruedas encuentra la distancia justa para observar la ciudad y ser a la vez cómplice y testigo de ella.”
Imaginemos a Valeria graciosamente volando en su bicicleta Manuela (con la que iba de Barcelona a Madrid y a París). Imaginémosla en esa flotación “a medio metro del piso”, montada en el esbelto, el brillante, el casi abstracto vehículo de dos ruedas que permite ver el mundo en diversos ritmos de movimiento cinematográfico, fortalecerse piernas y pulmones, y, the last but not the least, abstenerse de contaminar el irrisorio aire que le queda a la urbe.
Y el cronista, como ha escrito más de una vez, desea que en Esmógico City, en esta grande, caótica, asfixiada, asfixiante, estruendosa e impaseable urbe secuestrada por los demasiados vehículos de humeante y petardeante motor, en este atroz paisaje citadino cada vez más, más enemigo de los transeúntes a pie o a pata, floten, vuelen más ciclistas “dueños de una rara libertad solo equiparable a la del pensamiento”.