Ya don Miguel Ángel Mancera, que, en su actividad de jefe de Gobierno de la Ciudad de México, ha ido perdiendo el aspecto chamaquil que hasta hace poco tenía casi escandalosamente (lo cual habla mucho del cúmulo de preocupaciones que su cargo le implica), ha promulgado el nuevo Reglamento de Tránsito que regirá a partir de diciembre de este año y dentro de cuyo texto se halla la parte relativa al peatonaje, o sea al gran número de ciudadanos, incluido el cronista, que principalmente circula a pie por esta metrópoli y, es de suponer, por sus extensiones defeñas.
Tal reglamento parece bastante sensato y fácil de obedecer con sus 10 derechos y deberes del esmogicano que, a pie desnudo o (si esto todavía se dice) "a golpe de calcetín y zapato", recorra calles de la ciudad. Pero, por desconocimiento del idioma o por tomar a éste a relajo (lo cual no estaría tan mal si no se tratase del problema de cruzar calles en una ciudad tan difícil y agresiva como Mexico City), en el futuro reglamento hay una excepción notable cuando en el artículo segundo se dice que: "Antes de cruzar una vía debes voltear a ambos lados de la calle".
Y, entonces, a ver, a ver, ¿como sería eso posible?
Dejemos aparte la posibilidad de que el peatón decida que le conviene interpretar el verbo voltear en el primer sentido inscrito en un clásico diccionario de la lengua española: "dar vueltas a algo hasta ponerlo al revés de como estaba", o bien, de acuerdo a un diccionario de americanismos: "cambiar la dirección de la mirada al lado contrario".
Ambas acepciones podrían ser buenas según la ocasión y la "identidad latinoamericana" del peatón, pero la dificultad comenzaría al atender el ciudadano susodicho a la única significación que da el diccionario del español común a la voz ambos, la cual solo existe como plural y significa "el uno y el otro", y de ninguna manera "el uno o lo otro", pues tal peatón tendría que ser un bizco de mirada bifurcada para poder ver al mismo tiempo, es decir no sucesivamente, los extremos de una calle, y de tal modo, no pudiendo acatar la segunda indicación del reglamento, el peatón se ganaría un severo reproche o una aún más severa multa, ¿o una terrible mordida?, que emitiría el autorizado guardia de la vialidad esmogicana.
