Política

Un idilio urbano (y es que también los hay)

  • Carta de Esmógico City
  • Un idilio urbano (y es que también los hay)
  • José de la Colina

Rosario Rodríguez y Juan Castillo, defeños, solteros, treintañeros y solitarios los dos, ella dueña y única dependienta de una pequeña papelería en la avenida Coyoacán al sur de esta ciudad, él contador público titulado con oficina en su casa en la calle de Uruguay de la colonia Centro de la misma urbe, eran dos absolutos desconocidos entre ellos (y, desde luego, para el resto de la humanidad) y no se habrían encontrado ni siquiera durante unos segundos de una sola vez entre los miles y miles de cruces casuales de gente mutuamente desconocida en las calles de Esmógico City.

Pero cada uno tenía una laptop con internet, y una noche ocurrió que —ahora sí por una de esas casualidades que tienden a producir una señal del Destino— supieron uno de la otra, y viceversa, gracias a una electrónica página de “Corazones Solitarios” o algo así, y como por juego empezaron a chatear noche tras noche, y a las dos semanas ya desde sus e-mails se enviaban piropos cada vez más exaltados, y su diálogo entre las distantes pantallas fue haciéndose cariñoso, fue creciendo hasta convertirse en un intenso idilio, o “romance” (según suele decirse): si él una noche escribía: “Eres la mujer de mi vida”, ella tecleaba: “Eres mi amado de todo el corazón”, y se juraron amor hasta más allá de la muerte, y...

Y cuando en su primera y única cita se encontraron en un recoleto café de la colonia Roma, se miraron silenciosos y parpadeantes y, después de más o menos una hora de platicar del clima y de la dificultad de los traslados por la ciudad y de una película que ella había visto y él no, descubrieron que su mutua pasión electrónica los había vuelto más tímidos de lo que ya eran, y que no sabían qué más decirse ni qué hacer, y finalmente él dijo: “Para mí es una gran alegría saber que existes”, y ella musitó: “Pues yo, igualmente”, y él pagó los capuchinos y los pastelitos y se besaron las mejillas y se fue cada uno para su casa...

Desde entonces, los dos, separados por kilómetros de ciudad aunque unidos en espíritu, no han vuelto a verse, pero, felices por haber encontrado el modo definitivo de vivir una compartida pasión, noche tras noche, y pensando: “De aquí a la eternidad”, se envían amorosos mensajes que casi incendian las luminosas pantallas de sus laptops.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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