Igual que en todos los diciembres adelantados por la premura mercaderil llega el personajazo anunciador de las Merry Christmas y, como capitán de un ejército de bibelotitos o bibelotazos con el nombre o apodo de Santa Claus o Santaclós o San Nicolás o Papá Nöel o Kraus Kinski, perpetúa el "mensaje optimizador" del final de un año.
El voraz ogro filantrópico del póster, con sucias barbas y melenas (presumiblemente postizas, pues acaso su cráneo es tan calvo como crapuliforme), abre la bocaza de tiburón, de caverna sin fondo, de oscuro y hambriento túnel, para devorar los aguinaldos y quizá algunos salarios del ciudadanaje. Y dispara la risotada brutal previendo cómo engordarán las tintineadoras máquinas registradoras, mientras él se multiplica en millones de imágenes de sí mismo en modo cursilón y junto a los pinos de plástico.
Todavía estamos a mitad de diciembre y ya se canta aquello tan dulzarrón de la Blanca Navidad o aquello tan machacón de que beben y beben los peces en el río por ver a Jesús nacido.
Pero ya el energúmeno rojiblanco vocifera en el póster su tierno mensaje chantajista:
"Te busco a ti para que gastes mucho y demuestres así el amor a tu familia."
La familia... ¡Qué tierna palabra, tan rentable como la palabra Navidad!
Así, cada final del año el ciudadanaje se empeña en sentir una jovialidad que suele sonar a hueco como el jojojó del rojiblanco ogro filántrópico, el obsceno tragador de nuestra plata, de nuestra lana, de nuestros monises, y todo ocurre dizque para celebrar a la Navidad, a la Familia y a las familias.
¡En fin, que no ganamos para ritualerías!
Por su parte el cronista, que no confunde la vida, la alegría, el amor y la amistad con el fervor del consumo, pero que está a favor del agasajo, la beberecua, el canturreo, el bailongo y el abrazadero con cualquier pretexto, le desea al lector (si alguno queda al final de este artículo incorrecto) que tenga unas jolgoriosas noches de fiesta. Y que sea en todo el año... y en los que vengan.