El tecleador, que sigue preguntándose, sin que le responda ningún enciclopédico o regional lexicón [no es palabrota aunque suene tan fuerte como la trompeta de Joshua en Jericó, al parecer no tan variada ni tan sutil como la del genial Miles Davis, pero, eso sí, muy estruendosamente tumbadora de murallas], qué concreto significado tiene y de dónde nos llegó la palabreja huachicol, pero cree saber que, en cuanto motivo de actividad humana, es actualmente considerada de índole delictuosa, aunque quién sabe cómo será entendida mañana, porque dicha faena o talacha se populariza cada vez más y como profesión ya han comenzado a practicarla hasta seres tan civilizados y cultos pero a la vez tan del pópolo como nuestros (¿nuestros?) policías, quienes no solo dedican gran parte de su energía cotidiana a cuidar de la seguridad del ciudadanaje, sino que además algunos dan una porción de su precioso aunque no por todos muy apreciado tiempo a tan riesgosa y por lo tanto valiente afición del huachicoleo. De ocho huachicoleros últimamente esforzados en la acción de huahicolear (¡qué prodigio, ya hay un verbo más para el gordo y servicial tumbaburros de la RAE, es decir la Real Academia Española!), resulta que cinco eran policías.
Y el tecleador se maravilla cuando lee en su periódico favorito (adivine usted cuál) tan deslumbrante noticia de que los cinco gendarmes huachicoleros, lejos de trompetear su lateral actividad, procuraban mantenerla en secreto, tan humildes son en el heroico servicio a la comunidad, pues es de suponer que la gasolina huachicoleada sale más barata que la otra, la legal, en estos angustiadores tiempos del gasolinazo.