
Para efectos prácticos Andrés Manuel López Obrador reveló este fin de semana, ante un Zócalo lleno, quién será su sucesor el próximo sexenio. En la descripción de su relevo solo habría faltado la proyección de la silueta de una mujer con un peinado de coleta. Quizá asumió que no habrá otra concentración de ese tamaño antes de la primera encuesta (entre agosto y septiembre), y que la presencia de las masas constituía el mejor escenario para hacer el retrato hablado de aquella por quien el Presidente espera que sus seguidores voten.
Dicho sea de paso, parecería una contradicción flagrante los dos planteamientos que el Presidente ha hecho sobre el proceso sucesorio: por un lado, que él no intervendrá y que será el pueblo quien elija, a través de encuestas entre la población; y por otro, al hacer referencia una y otra vez al hecho de que él no cometerá el error en el que incurrió Lázaro Cárdenas en 1940, cuando eligió a un tibio Manuel Ávila Camacho en lugar de Francisco Múgica, un hombre identificado con su proyecto ideológico. Al hablar de la disyuntiva en la que se encontró el general Cárdenas al momento de elegir, es evidente que se está atribuyendo la misma facultad: decidir entre uno u otro candidato. En teoría si es el pueblo quien va a tomar la decisión, el Presidente no tendría dilema alguno.
Y, sin embargo, las dos cosas no son del todo opuestas. Y no lo son porque a diferencia del dedazo tradicional, en el que los mandatarios indicaban el nombre del candidato oficial, el liderazgo de López Obrador entre las mayorías es tal, que se asume que éstas se inclinarán por aquella figura que sea percibida como la favorita del Presidente. De allí la relevancia del pronunciamiento de este sábado, al hacer un retrato hablado de Claudia Sheinbaum. Lo demás es simplemente dejarlo correr para que las inercias de la cargada hagan el resto.
El Presidente hizo mucho más que externar una opinión política sobre el futuro o un exhorto a las masas que lo apoyan para que opten por “el perfil” que está proponiendo. Se trata, también, poco menos que de una instrucción a los cuadros del obradorismo, empezando por los gobernadores del movimiento. Habrá que recordar que el sexenio comenzó prácticamente sin ellos, pero al final del periodo tendremos 23 o 24. Y así como ahora fueron fundamentales para conseguir los contingentes que confluyeron en el Zócalo este sábado, también lo serán para impulsar el voto en un sentido u otro en su territorio.
¿Cabe la posibilidad de que estuviera hablando de otro que no sea Sheinbaum al decir que la 4T requiere a un Múgica y no a un Ávila Camacho? No, francamente no hay dónde perderse. Aunque estoy convencido de que Sheinbaum es bastante menos radical ideológicamente que la imagen que se le ha construido, sin duda es la corcholata más identificada con las banderas lopezobradoristas. Una identificación que resulta tanto de convicciones personales y trayectoria de vida, como de estrategia político electoral deliberadamente construida.
Algún despistado querrá asumir que este retrato hablado podría estar describiendo a Adán Augusto López, por aquello de su denominación de origen, su hablado sin eses y sus maneras provincianas. Y en términos de lealtad, en efecto, la comparación con Claudia podría ser parejera. Pero en lo que toca a ideología, no hay confusión posible. La trayectoria de Adán López, sus decisiones políticas como legislador o gobernador, sus opiniones y pronunciamientos son ajenos a un contenido ideológico asociado a las banderas de izquierda, sociales, progresistas o como quiera llamárseles. Es un cuadro y un operador político, miembro de una corriente asociada al liderazgo de López Obrador, un soldado convertido en general. Pero en términos de convicciones ideológicas y posiciones intelectuales, es alguien que se encuentra a años luz del pensamiento y obra de Francisco Múgica.
Marcelo Ebrard, por su parte, difícilmente podría colgarse ese saco y menos aún aspirar a que los morenistas se lo atribuyan. Tendría los merecimientos intelectuales pero no las credenciales ideológicas a ojos de la tribuna. Al igual que en el caso de Claudia, pero en el sentido opuesto, las etiquetas son un tanto inexactas. Así como ella es menos radical de lo que se le atribuye, en el caso de Marcelo se ha exagerado su centralismo. Después de todo, tiene 23 años dentro del proyecto obradorista. Pero para efectos de los morenistas, se trata de matices que no cambian lo sustancial: en la banda de grises es un hecho que ella se encuentra a la izquierda de él.
Por lo mismo, la alusión al dilema Múgica/Ávila Camacho, radical versus tibio, perjudica a Ebrard. Marcelo no es Ávila Camacho ni es un hombre zigzagueante. Sus políticas públicas en la Jefatura de Gobierno fueron progresistas y remiten a una izquierda moderna. Pero también es cierto que frente al obradorismo no podrá rebasar a Claudia por la izquierda. Al evocar la disyuntiva que tuvo Lázaro Cárdenas, entre un radical y un tibio, López Obrador no puede ignorar que está haciendo una reducción maniquea; el retrato hablado no solo es para Claudia, sino también para Marcelo en sentido negativo.
¿Significa esto que las pretensiones de Ebrard de ser el candidato de Morena están muertas? Inercialmente, sí, salvo que algo rompa las tendencias. Sheinbaum registraba ya una tendencia superior a 10 puntos sobre el canciller en la mayoría de las encuestas de intención de voto. El espaldarazo del Presidente este fin de semana podría ampliar tal ventaja.
La única esperanza para Ebrard, por peregrina que parezca, reside en convencer a propios y extraños de que el país necesita una opción moderada para continuar el cambio, es decir, justamente la versión contraria a la que sostiene López Obrador. Una cruzada muy cuesta arriba. Y, pese a todo, al menos cuenta con una circunstancia a su favor: el candidato será elegido no entre las bases morenistas sino en una consulta a población abierta. Si desea tener alguna oportunidad tendrá que recorrer territorio y argumentar en cada comunidad geográfica, productiva o social, que él no es ni Múgica ni Ávila, ni radical ni tibio, sino una tercera alternativa para continuar el proyecto obradorista por vías menos confrontadoras, y que eso no significa traicionar al obradorismo sino darle más oportunidades de hacerse viable. Tendrá que convencer a muchos simpatizantes del Presidente que México no necesita a un ideólogo radical o a un pusilánime conformista y que el dilema Múgica/Ávila es un falso dilema.
Por lo pronto, está claro que el Presidente piensa diferente, y nos lo ha hecho saber haciendo dos retratos, uno en positivo y otro en negativo, que parecerían dejar cerrada la contienda en favor de Sheinbaum. Salvo lo que tenga que hacer o decir Marcelo. Y desde luego no lo va a conseguir desde la cancillería, formando parte del gabinete, entre colegas y gobernadores que estarán trabajando en beneficio de “Múgica”.