Cultura

Sancho

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Como todo abril, leo el Quijote con la ilusión de que al llegar el día de San Jorge se haga pública la mágica verdad de que Miguel de Cervantes y William Shakespeare son uno y el mismo desde hace siglos, tal como espero que informen que de todas las veces que uno intenta leer la mejor historia jamás contada inaugura formalmente la única ocasión de lectura, manque se repita durante décadas y para todo aquél que crea que pido perlas inalcanzables diré que consta en tinta que el viejo deseo de ver Madrid sin gente, calles vacías a todas horas para la sola y perfecta contemplación de todos sus fantasmas de siglos se ha cumplido, aunque por razones que llevan entre su neblina no pocos dolores y lutos.

Cada vez que uno intenta abordar el inicio del Quijote de Cervantes se filtra un raro sabor de cera vieja y queso rancio en la penumbra para que algunos experimenten la secreta epifanía de que conforme se filtran en la pupila las palabras desde el primer párrafo, se van hilando sobre un viejo pliego de papel donde el propio autor murmura a veces lo que en ese momento plasma en tinta, habiéndolo hablado sobre una vieja mesa larga manchada de grasa donde comentó en alguna madrugada la invencible locura de quien se entrega a un mundo poblado por lo leído.

En tantos años que llevo fiel lectura de cada abril, jamás se me había concedido leerlo a dos voces y agradezco el milagro de que mi hijo Sebastián esté confinado a mi lado, no solo para alternar las voces en los coloquios y reírnos juntos en los muchos cuentos que cuenta, y reflexionar como si cruzáramos largos campos abiertos… sino porque literalmente me ha salvado la vida como escudero con todas las viandas y aliento en todas mis caídas, para al día siguiente volverse caballero andante, espejo de valentía y donaire, música pura y reflejo a lo lejos de la figura ejemplar de su hermano, al otro lado del océano mar donde le tengo prometida una ínsula al compañero de páginas que me ha recordado que, en realidad, uno nunca lee a solas.

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Jorge F. Hernández
  • Jorge F. Hernández
  • Escritor, académico e historiador, ganó el Premio Nacional de Cuento Efrén Hernández por Noche de ronda, y quedó finalista del Premio Alfaguara de Novela con La emperatriz de Lavapiés. Es autor también de Réquiem para un ángel, Un montón de piedras, Un bosque flotante y Cochabamba. Publica los jueves cada 15 días su columna Agua de azar.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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