El mexicano anda permanentemente desganado. Por ahí empieza la reflexión flamígera que Emilio Uranga, distinguido miembro del grupo Hiperión, publicó en Cuadernos Americanos (Ensayo de una ontología del mexicano, 1951).
Esta desgana, nos dice Uranga, se debe a que somos “caracterológicamente” sentimentales, “emotivos”, portadores de “una especie de fragilidad interior”. Esta fragilidad nos viene, asegura dijo Samuel Ramos, de la Conquista, “cuando se elige el complejo de inferioridad ya que frente a la cultura europea hacíamos papel de niños”. Como si la sentencia no llevara ya lumbre suficiente, Uranga atiza: “se es inferior en la medida en que se es idólatra”, y fuimos, quizá todavía somos, idólatras porque en el origen confundimos a los hombres con los dioses.
La desgana deriva en la “tara” de la inactividad y el desganado inactivo es incapaz de decidir, pues está paralizado por “un desdén manso de las cosas”, que diría el poeta López Velarde, que algo habrá visto en su tiempo y en su entorno. “No decidir es decidir ser irresponsable”, remata Uranga. Además, añade que la desgana está “en las antípodas de la generosidad”, lo cual nos hace también mezquinos.
Luego añade el filósofo que “el mexicano vive siempre indignado”, “lo único que hace es protestar” y nunca se “lanza a la acción”. Parece que además de idólatras, mezquinos e irresponsables, somos unos pinches huevones.
Más adelante Uranga observa, o más bien escucha, que andamos siempre perdidos en una “rumiación interior”, en una “especie de ensoñación, de repasar y repasar todo lo vivido, de marchar y contramarchar con la experiencia interior”, de ahí viene, concluye, “nuestra melancolía y ese ademán del hombre de experiencia amarga”. Lo que nos faltaba, además de la hueva y la desgana, supuramos amargura.
Para ilustrar esa piltrafa que somos, Uranga recurre nuevamente y sin piedad al poeta López Velarde: “Siempre que inicio un vuelo por encima de todo, un demonio sarcástico maúlla y me devuelve al lodo”. Ahí se los dejo, para que lo rumien.
Jordi Soler