El propósito de la música, decía John Cage, es serenar la cabeza para que puedan entrar las influencias divinas (Autobiographie, Éditions Allia, Paris, 2019). Cage era un músico inclasificable, tanto que abrió un camino que sólo ha transitado él, aunque a sus piezas se le han colgado toda clase de etiquetas, música aleatoria, música concreta, etcétera. Lo mejor es ignorar las etiquetas y escuchar su obra, que está casi toda en Spotify, desde las piezas para piano, que son la entrada natural a su extravagante universo, hasta la célebre “4’33”, una pieza en la que el pianista se sienta frente a su instrumento y no toca nada durante cuatro minutos con treinta y tres segundos; no toca nada pero se oye, digamos, el silencio. Pueden escuchar, o quizá no escuchar, esta pieza en Spotify o ver al pianista David Tudor interpretarla, o no interpretarla, en YouTube.
Esta pieza viene, según se entiende en su Autobiographie, de la experiencia que tuvo, en 1951, al encerrarse en una cámara anecoica; ahí comprobó la existencia del silencio, es decir, supo que el silencio es algo, y no la ausencia de algo.

Su amigo Oskar Fischinger, pintor y director de cine alemán, le dio una idea luminosa que él aplicó a su música y que nosotros podemos aplicar en cualquier parcela de nuestra vida: todas las cosas del mundo tienen su propio espíritu, que puede ser liberado si lo pones a vibrar. La idea se puede aplicar, por ejemplo, a un proyecto profesional, a una relación amorosa o familiar e incluso a una lavadora de ropa, que también tiene su espíritu y que, si no vibra, no funciona. Poner a vibrar el espíritu de algo quiere decir intervenir, hacer que eso pase, saber que si no lo provocas tú, el espíritu no vibra y eso no sucede; es, en suma, una invitación a actuar, un axioma contra la inmovilidad y el pasmo.
Regresemos a “4’33”, “la pieza insonora”, como la llama la crítica; Cage sabía que no actuar era dejar el silencio intacto, así que intervino, lo enmarcó en una pieza, lo manipuló, lo sacudió y lo llenó de significado: liberó el espíritu del silencio al ponerlo a vibrar.