
Asqueado por la desaforada lascivia de las propétides, que practicaban compulsivamente el sexo por las calles y los montes y bajo los arriates de Amatunte, Pigmalión, rey de Chipre, renunció a las mujeres. De manera parcial porque, como era escultor, se esculpió una esposa, que técnicamente fue la reina, y la llamó Galatea. Las propétides negaron la divinidad de Afrodita y, como castigo, la diosa las condenó a padecer un insaciable deseo sexual. Las pobres propétides han pasado a la historia como las primeras prostitutas de la especie, un galón injusto pues los hombres de Amatunte, lejos de pagarles y de permitirles ganarse la vida con su quehacer, corrían despavoridos al verlas venir.
Pigmalión resolvió su vida sexual con la estatua. En su hermoso libro Metamorfosis, Ovidio nos cuenta, con todo detalle, de sus esperpénticas calenturas; dice que era un escultor que “se enamoró de su propia obra”, y enseguida nos aclara que el enamoramiento no fue de índole intelectual, ni espiritual, sino de bulto: “le da besos y cree que le son devueltos, le habla, la abraza, y le parece que sus dedos se hunden en sus miembros cuando los toca, y teme que al apretar sus brazos se formen moretones”.
Luego Ovidio revela más detalles: Pigmalión le lleva a su estatua regalos “de los que gustan a las muchachas” y la viste con elegantes vestidos, “pone gemas en sus dedos y en su cuello largos collares, de sus oídos cuelgan ligeros pendientes, y sobre su pecho cintas. Y desnuda no es menos bella”, suelta Ovidio. Luego Pigmalión ofrece un sacrificio a Afrodita y la diosa, agradecida, le da el soplo de la vida a Galatea, que se vuelve de carne y hueso, y habla y se mueve y hace como que se conmueve pero no es verdad, porque no tiene alma y, sin embargo, engendran a Pafo, que luego engendrará a Cíniras, un rey verdaderamente desgraciado, pero ese ya es otro capítulo.
Las pobres propétides no pueden ser las prostitutas fundacionales, pero sí podríamos establecer, con toda justicia, que Galatea es el primer juguete sexual de la historia. Es la madre de esas hijas que en el siglo XXI serían de silicona.