Cultura

La conversación

Después de consumir todo tipo de drogas, Tennessee Williams cayó en la cuenta de que le faltaba probar el opio, y aprovechó un viaje a Bangkok, que hacía con un profesor amigo suyo, para llenar ese ominoso hueco que tenía su historial. Digo que es ominoso porque el opio tiene una poderosa aura literaria de la que Williams se quería beneficiar, escribiendo una historia al amparo de sus mitológicos efectos. El caso es que el profesor le dio a Tennessee una varita oscura, y la instrucción de meterla en la taza de té para que se fuera disolviendo. El profesor estaba ya un poco harto del escritor y no le explicó, con el detalle que merecía, los pormenores del procedimiento. Así que, al día siguiente, metió la varita a la taza de té y unos minutos más tarde se lo bebió. Una hora después, perdido en un mar de vómito, abrió los ojos frente a un doctor que le inyectaba sustancias para rescatarlo de una galopante sobredosis. Esta historia iniciática se la contó Tennessee Williams a su amigo, colega y paisano, William Burroughs. Los dos escritores crecieron en St. Louis, Misuri. Williams contó esto para explicarle a Burroughs sus empeños por escribir bajo la influencia de alguna droga, como lo hacía Cocteau, que era su referente a la hora de buscar en las drogas ese añadido que aupara su obra. “Pero de pronto la cabeza se me puso como globo y parecía que se me iba flotando hasta el techo”; concluye el célebre dramaturgo que entonces ya había escrito, más o menos desde la sobriedad, Un tranvía llamado deseo y La gata sobre el tejado de zinc. De esta historia me gusta la varita oscura, me parece inquietante que un elemento parecido a la canela, que se remoja en un té, tenga el poder de poner a un hombre, rigurosamente curtido en todo tipo de drogas, al borde de la muerte por sobredosis. Desconcierta que ese acto tan delicado tenga esa consecuencia brutal. Porque Burroughs, el colega a quién contaba esta historia, era un escritor de heroína, esa droga cuya estética ayuda a medir su peligrosidad, aunque a la hora de escribir, este viajero salvaje que es el autor de El almuerzo desnudo, prefería drogas menos demandantes, como se desprende de este breve diálogo: Williams: tu nunca has escrito con anfetaminas ¿no? Burroughs: Bueno no, no soy un hombre de anfetaminas. Williams: yo más bien soy de drogas depresivas. Burroughs: esas tampoco me gustan mucho. Williams: las anfetaminas eran maravillosas cuando era joven y podía soportarlas ¿no necesitas alguna clase de estimulante artificial para escribir? Burroughs: bueno…si…claro, el cannabis en cualquiera de sus formas es…. Williams: A mí el cannabis me da el efecto contrario. Lo he probado y nada. Me deja aturdido. Más adelante Williams cuenta que escribió su libro de cuentos One arm durante un verano, a fuerza de inyecciones del doctor Jacobson: “su efecto me produjo una increíble vitalidad. Iba corriendo delante del escritor, metido en otra dimensión. Nunca he disfrutado tanto escribiendo”.

Esta instructiva conversación aparece en un libro de título Conversations with Tennessee Williams, editado por Albert J. Devlin. Williams y Burroughs, aunque eran prácticamente contemporáneos y habían crecido en la misma ciudad, no se conocieron hasta que tenían más de cuarenta años, y esta conversación, que ha sido recientemente publicada, tuvo lugar en Nueva York, en la habitación que Williams tenía en el Hotel Elyseé, después del estreno en Broadway de alguna de sus obras, mientras se bebían dos botellas de vino, muy cerca de los setenta años de edad. Ya entonces Burroughs había bajado el ritmo, y pasaba sus días fumando pipas de marihuana y bebiendo vodka con cocacola, mientras pintaba en su jardín con su revólver treinta y ocho, una larga serie de lienzos sin más intervención que unos violentos agujeros de bala. En cambio Tennessee Williams se concentró en el alcohol y moriría, seis años después de aquella conversación en el hotel, de una causa ajena a todo el alcohol, las drogas y las inyecciones del doctor Jacobson que consumió a lo largo de su vida: se asfixió al tragarse el tapón de las gotas para los ojos, con las que pretendía erradicar una conjuntivitis.

¿Y qué eran esas inyecciones de doctor Jacobson que le daban a Tennessee Williams una increíble vitalidad? La historia de estas inyecciones merece un artículo completo, pero digamos por lo pronto que eran un explosivo coctel, muy requerido por las celebridades de mediados del siglo pasado, compuesto de anfetaminas, hormonas de animal, tuétano, enzimas, placenta humana, analgésicos, esteroides y un saludable complemento multivitamínico.

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Jordi Soler
  • Jordi Soler
  • Es escritor y poeta mexicano (16 de diciembre de 1963), fue productor y locutor de radio a finales del siglo XX; Vive en la ciudad de Barcelona desde 2003. Es autor de libros como Los rojos de ultramar, Usos rudimentarios de la selva y Los hijos del volcán. Publica los lunes su columna Melancolía de la Resistencia.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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