La felicidad es “la mejor de las cosas humanas”, escribió Aristóteles en Ética a Nicómaco. Pero la posibilidad de ser feliz, apunta el filósofo, depende de “los bienes exteriores”: “pues uno que fuera de semblante feísimo o mal nacido o solo y sin hijos, no podría ser feliz del todo (….) la carencia de algunas cosas, como la nobleza de linaje, buenos hijos y belleza, empañan la dicha”.
Aristóteles escribió estas ideas, que hoy parecen un poco despiadadas, mucho antes de que la doctrina buenista de Cristo esparciera la noción, falsa y sin embargo reconfortante, de que cualquiera, al margen de los bienes exteriores con los que cuente, puede ser feliz. “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos”, dice Mateo que Jesucristo dijo.
A la felicidad no se le puede esperar, decíamos en el artículo de la semana pasada, lo que podemos hacer es orientarnos hacia la vida feliz y para conseguir esto hay que saber que la felicidad no es una cualidad, sino una actividad: “el ser feliz radica en vivir y actuar”.
Vivir y actuar que, en la órbita social de la felicidad que propone Aristóteles, quiere decir interactuar con los amigos, que son “lo más necesario para la vida”, o con la pareja, que es como una amistad plus: “el amor, en efecto”, dice el filósofo, “tiende a ser una especie de exceso de amistad”.
La amistad y el amor no se practican solamente entre personas semejantes, no sólo entre los que son tal para cual; pensando en que la felicidad no es una cualidad sino una actividad, puede ser que esta sea más viva, y por tanto mayor el umbral de felicidad, entre personas distintas pues la semejanza, que es lo más cómodo, termina adormeciendo la relación, mientras que las personas distintas, que viven en un permanente jaloneo de pareceres, tienen que estar en continua actividad.
El mismo Aristóteles rescata una máxima de Heráclito, que ilustra la actividad, el movimiento permanente entre amigos o amantes distintos entre sí: “la armonía más hermosa procede de tonos diferentes”.
Jordi Soler