Muy recientemente, algunos comentaristas de televisión y radio, hicieron eco a varias observaciones de la Organización de Naciones Unidas (ONU) sobre Observaciones de mucha preocupación, sobre el calentamiento global, cosa que a muchos ambientalistas les da para seguirnos advirtiendo sobre un tema que a ellos no les para la lengua, pero que a pocos jefes de Estado les tiene muy sin cuidado. Mientras tanto, la tierra cada vez más se estruja con ciclones.
Y sus colaterales. En tierra, las presas se desbordan, las carreteras se destruyen, las casas de los humildes nadan en las superficies de las corrientes; por otra parte y en contrario, los incendios de los bosques abundan y por allá en los polos de la tierra, los osos y las focas se topan con lo que no es su modo de vida.
Tanto los incendios como las aguas impetuosas, con su carga de ingobernabilidad, llegan como los ladrones que no avisan y estropean la casa común, que nos produce tragedias caseras no previstas.
Vernos todos como hermanos, siempre ha sido un deber, pero el egoísmo feroz que llevamos inyectado, por el ansia del dinero para el consumo, nos prepara para friegas impensadas, lo que no queríamos y que llegó sin invitación: incendios y desbordamientos de mares y ríos.
A este respecto, es iluminadora la observación del Papa Francisco, en su última Carta Encíclica, cuando dice:
” Hay que mirar lo global, que nos rescata de la mezquindad casera.
Cuando la casa ya no es hogar, sino que es encierro, calabozo, lo global nos va recatando porque es como la causa final que nos atrae hacia la plenitud.
Simultáneamente, hay que asumir con cordialidad lo local, porque tiene algo que lo global no posee: ser levadura, enriquecer, poner en marcha mecanismos de subsidiaridad.
Por lo tanto, la fraternidad universal y la amistad social dentro de cada sociedad son dos polos inseparables y coesenciales. Separarlos lleva a una y a una deformación y a una polarización dañinas.” (FT. 142).
Que lo anterior sea el pensamiento de la ONU, es de alabarse, pero la experiencia enseña que las grandes potencias se lucen no haciendo caso, como lo practican con los asuntos de guerra en los que están empecinados con el bloqueo de más de 70 años a Cuba, no le hace que la voz de Juan Pablo II, “que Cuba se abra al mundo y que el mundo a Cuba”, tan contundente como ética moral y lo que queda claro es que nunca se hace caso.