Hacemos un comentario sobre los pueblos originarios de nuestro país y sus mujeres, dada la abundancia de consideraciones que actualmente se dan en los medios oficiales, admitiendo que ambos entes son esenciales para entendernos en nuestra actual sociedad, que no deja de ser conflictiva y que no deja de ser comprendida dado que el cambio económico del país arrastra otros cambios que es inevitable negarlos.
Hay que afrontarlos desde posiciones sanas que lleven bien a todos.
La historia del país nos recuerda que en lo que hoy es México y gran parte de los Estados Unidos, Centroamérica, fueron territorios habitados por pueblos propios de cada territorio, con culturas enraizadas desde épocas milenarias, con alimentos cultivados, como la milpa, desde hace más de ocho mil años.
Estos pueblos se enraízan en su propia tierra, crean sus propias culturas y cuando en el siglo XVI irrumpen los europeos, los pueblos originarios ahí se quedan, aunque muchas de las veces aporreados, pero resistentes los del terruño.
Los habitantes de estas tierras de Alaska a la Patagonia son hombres y mujeres que le dan vida a estos territorios.
Cuando el mando de la familia lo lleva una mujer, se le llama matriarcado, cuando lo lleva el hombre, patriarcado.
Ambos dos hechos son culturales.
Los arqueólogos mexicanos hablan con mucha pasión de la “reina roja” que no es más que el recuerdo de que muchas mujeres llevaban mando sobre los hombres. Son hechos culturales.
No es tan acertado hablar de los pueblos originarios olvidando los procesos históricos de los pueblos actuales, que, desde su modo peculiar de cultivar sus propias culturas, desarrollaron progresos en las ciencias, en las artes, en el desarrollo económico.
Todas estas tareas las desarrollaron hombres y mujeres unidos, ya fueran ellas virreinas, esposas de generales, presidentas, maestras altamente calificadas en universidades del siglo XVI hasta nuestros días.
Promover a la mujer olvidando al hombre no deja de ser una visión mutilada de la realidad cultural, social, económica; en la cocina, en el campo, en la oficina, en la cátedra, en el puesto de mando.
La mujer sin el hombre no existe.
No toda relación del hombre con la mujer se debe calificar de patriarcal o machista.
Los tratos que no son humanos, de compañeros que comparten la vida, hay la obligación moral de corregirlas, pero que eso no lleve a anular la relación hombre-mujer, ya que nos necesitamos.