Las balaceras de ayer en Culiacán, Sinaloa, nos obligan a recordar muchos episodios sangrientos que vivimos en Monterrey hace casi 10 años, cuando la delincuencia organizada controlaba las calles.
Igual se paseaban en algún convoy de camionetas luciendo armas largas, que organizaban bloqueos con vehículos despojados a los civiles, o convocaban a los tapacalles o tapados para impedir la circulación en grandes avenidas.
Ríos de sangre, número impreciso de muertos y desaparecidos dejó la guerra contra el crimen iniciada por el entonces presidente Felipe Calderón. Los nuevoleoneses estábamos cansados de ser noticia internacional como capital de la violencia.
Ejecutados, decapitados, colgados, levantados, calcinados y un largo catálogo de crímenes, como la masacre del grupo musical Kombo Kolombia (17 muertos), o el ataque al bar Sabino Gordo que dejó 20 cadáveres, son algunas de las tragedias que nadie nos contó, las vivimos aquí.
El ataque al casino Royale en 2011 dejó más de 50 víctimas; el enfrentamiento de sicarios con el Ejército un año antes en el rancho El Troncón, en los límites de Nuevo León y Tamaulipas, dejó un saldo de 27 presuntos delincuentes abatidos.
Cómo olvidar la cruenta noche de abril de 2010, cuando mataron a los dos estudiantes del Tecnológico y las avenidas Félix U. Gómez, Constitución, Morones Prieto y Eugenio Garza Sada fueron bloqueadas con camiones urbanos, vehículos particulares y hasta con una combi de Milenio.
Algo se hizo bien en Nuevo León, porque la violencia comenzó a ceder en 2013 gracias a la coordinación estrecha entre Fuerza Civil, el Ejército, la Marina y la Policía Federal.
Pero Tamaulipas, Michoacán, Jalisco, Veracruz, Nayarit, Guerrero, Sinaloa, por contar a los más violentos, llevan dos presidentes (Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto) que no pudieron controlar este cáncer.
Lo de ayer en Culiacán es una dura prueba para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Se mantuvo la paz, pero los delincuentes siguen sueltos. ¿Este Presidente sí podrá?
