Después de algunos años interpretando al amo y señor de la Casa Blanca, a ese costal de mañas llamado Frank Underwood, se le pegaron, con toda probabilidad, algunas de sus estrategias de control de daños al momento de enfrentar algún tipo de dificultad a lo largo de las cinco temporadas que lleva House Of cards. Es por eso que tuvo la genial idea de responder a un señalamiento de abuso sexual aparentemente realizado en sus mocedades a un chico de 14 años (que ni siquiera tendría que haber estado en una fiesta de Hollywood de esas que solo pueden ser comparadas con las de algún líder sindical, un productor de televisión o un presidente de algún partido político), con un inteligente ejercicio distractor: “No recuerdo haber abusado de ese chico, pero de haber sido así, me disculpo y ¿saben qué? ¡Soy gay!”.
Espléndido, ya nadie habla de su pequeño ejercicio a lo Harvey Weinstein, sino de lo curiosamente raro que resultaba su salida del clóset el mismo día en que se anunciaba el fin de la serie televisiva que lo llevó al estrellato y más allá.
En cualquier momento el buen Donald Trump, luego de ver que sus compinches se entregaron a la justicia por haberse metido a la cama no con Madonna, sino con Putin, anunciará por Twitter y Fox News que “soy drogradicto, soy comunista, le voy al América y soy homosexual”. Si con eso no genera la mejor caja china del mundo, nada lo logrará cuando quieran meterlo en Chirona. O en una celda junto al gran Puigvoldemort que, luego de hacer en la Catalaluña rebelde la mejor imitación de las elecciones del Edomex, lo atosigue con su perorata independentista hasta que lo haga desear irse de mojado a Welcome to Tijuana, tequila, sexo y mariguana.
O dejarse reclutar por el Frente Anayiano-Delgadiano-Barraliano ahora que quitó el letrero de NRDA y ya se llenó de figuras que los van a opacar, empezando por Denisse Dresser, quien hasta se podría quedar como candidata frente a unos rivales sin carisma, solo para darle a Margarita Zavala su dosis de “haiga sido como haiga sido”.
Como quiera que sea, me extraña que el propio Harvey, que carece de fanaticada en México con tanto viejo cochino feminicida como hay en la pradera, sobre todo en la poblana en estos días, no haya recurrido al método Spacey antes para evadir tanto señalamiento y denuesto por usar sus encantos de macho alfa, pelo en pecho, lomo plateado, voz de espartano con poder, para acosar chicas.
Reza la leyenda que hay quien asegura haber estado con los de Odebrecht sin haber recibido ninguna propuesta indecorosa, que es como decir que estuviste a solas en una habitación de hotel con Harvey Wenstein sin que te haya toqueteado la entrepierna.
Esos son los imprescindibles.