La novela El Duke fue editada en Buenos Aires hacia 1976. Su autor, Enrique Medina, tenía entonces cinco novelas publicadas desde 1972, más de una por año.
Dada esa producción rápida y sostenida, y dada sobre todo la calidad de sus páginas, Medina alcanzó pronta visibilidad en un medio acaso más preocupado por la política que por la literatura.
Ciertamente, el primer lustro de la década del setenta en la Argentina estuvo marcado por la tensa confluencia de turbulencias políticas, sociales y económicas que serían el antecedente de un segundo lustro atroz.
Entre el 70 y el 75 cupieron el gobierno de facto de Lanusse, Montoneros, el ERP, la vuelta de Perón, el triunfo electoral de Perón, la muerte de Perón, el ascenso de Isabel Martínez, la Triple A, la ineptitud de Isabel Martínez y la creación del clima que propiciaría el albazo militar del 76. Ya sabemos, pues es harto famoso, lo que pasó luego, Mundial 78 incluido.
Aunque no hay un dato explícito sobre la temporalidad en la que discurre la historia, se presiente que El Duke tiene el telón de fondo mencionado hace tres líneas.
Quizá sea viable remontar su acción a los sesenta, no más. Lo importante es, en todo caso, qué narra: el breve ascenso y la dilatada caída del Duke, exboxeador.
Como para mostrar que su éxito es fugaz, sólo en los primeros capítulos vemos la rutilante conquista de la fama que cabe en suerte a pocos pugilistas, y casi de inmediato su prematuro retiro de los encordados.
A partir de allí, la vida del Duke describe una parábola sin remedio descendente, una trayectoria que lo llevará a convertirse, sin red salvavidas, masticado poco a poco, en flor y espejo de lacras.
Enrique Medina (Buenos Aires, 1937), su autor, es lamentablemente poco conocido en México. Ha publicado más de treinta libros, sobre todo novelas. A su biografía debemos agregar, como dato no recogido en sus semblanzas, dos estancias más o menos prolongadas en el norte de América: una en Arizona y otra en la Ciudad de México.
El Duke es una novela polifónica, armada a punta de violentos flashazos en el hondo bajofondo donde el barro se subleva.
Pueden distinguirse en ella al menos cinco planos narrativos: el más destacado, la voz del Duke en primera persona, quien en el trance de huir y esconderse tras cierta traición ocupa una especie de aguantadero donde vertiginosamente, como en película de edición dislocada, masculla su pasado.
Desde el punto de vista formal, este plano apela al fluir de la conciencia que sin solución de continuidad brincotea hacia todos los paraderos vitales del Duke.
La ausencia de puntuación nos insinúa la agitación y el desorden de una vida que en el caos se abre mediocres oportunidades a codazos, sin ton ni son.
Una rata espontáneamente aparecida en la tapera (jacal en México) es el único interlocutor del delirante Duke, como si con ello se nos quisiera comunicar que en el naufragio del protagonista no hay oreja de ser humano disponible para escuchar la autoconfesión.
Prologada por Carlos y José María Marcos, El Duke es una novela henchida de incertidumbre y dolor, dos terrenos en los que Enrique Medina se mueve con conocimiento y maestría, como agudo transeúnte del infierno.
Su ficha técnica es El Duke, Enrique Medina, Galerna, Buenos Aires, 240 pp.