Tras su partido contra Nigeria en el mundial de Estados Unidos, Diego Maradona sale de la cancha junto a una joven rubia.
Van de la mano rumbo a la zona del estadio donde el número diez vaciará el contenido de su vejiga para la prueba antidóping.
La imagen de la rubia al lado de Maradona da la vuelta al mundo, pero nada se sabe sobre la chica.
Su nombre es Sue Carpenter, y en el momento del paseíllo con el astro del futbol mundial no podía imaginar que el azar la había elegido para coprotagonizar una de las estampas más famosas en la historia de los mundiales.
Lo que vino después de aquella meada legendaria ya lo sabemos.
O creemos saberlo, más bien, pues, como pasó siempre en las mil y una andanzas de Maradona hasta su muerte en noviembre de 2020, el caso del dóping quedó envuelto en las brumas del escándalo que siempre enreda todo.
Esta falta de claridad en torno a las peripecias relacionadas con Diego no se debía sólo a él, que en general vivía huyendo del asedio provocado por su popularidad, sino también a los innumerables sujetos e instituciones que por amor u odio lo acechaban en un horario 24/7. Alejado como pocos de cualquier atisbo de privacidad, expuesto de tiempo completo a las miradas como si hubiera vivido en un cubo de cristal, es paradójico que muchas zonas de su existencia permanezcan hasta hoy en la oscuridad, rodeadas de misterio.
La niebla por el dóping en el Mundial 94 no se debió tanto a él, sino, precisamente, a la multiplicidad de satélites que lo rodeaban, tema que dio tela para confeccionar el libro El último Maradona.
Cuando a Diego le cortaron las piernas (Aguilar, Buenos Aires, 2014, 308 pp.), de Andrés Burgo y Alejandro Wall. Es, ya podemos imaginarlo, una escrupulosa investigación sobre el antes, el durante y el después del dóping de Maradona en el mundial de Estados Unidos, quizá el suceso de su índole más famoso en la historia de cualquier deporte.
Pero es más que esto, como dicen los mismos autores en el cierre de su prólogo: “El dóping de Maradona en el Mundial 94 es mucho más que el drama de un futbolista y la congoja de un país. Abordarlo nos permite ver cómo se tejen las relaciones de poder, esos pliegues sobre los que pocas veces cae la luz”.
El último Maradona se divide en tres secciones, las dos primeras amplias: “Boston”, “Dallas” y “Después del dóping”.
Entre los entrenadores que Maradona eligió para revertir su obesidad y ponerse en forma con la mirada puesta en EUA estaba un fisiculturista de nombre Daniel Cerrini.
No sabía nada sobre entrenamiento futbolístico, pero con ciertos ejercicios, dietas y suplementos ayudó a que la figura de Diego volviera a ser, pese a sus 33 años, la de México 86.
El astro logró que Cerrini fuera incorporado a la comitiva que viajaría al Mundial, y todo caminó bien durante los dos primeros partidos.
Fue, claro, el último Mundial para Maradona y casi el fin de su carrera como futbolista, pero en el fondo nunca quedó, ni quedará claro, si en esa competencia en realidad consumió sustancias prohibidas con dolo o sin saberlo, o si todo fue en realidad una venganza de la FIFA-EUA contra el jugador que más incomodidades les había provocado con declaraciones desafiantes.
Todo en Maradona fue así: un océano de intereses y suposiciones que desbordaban lo futbolístico para ser, en realidad, juegos de poder con el dinero y la política.