El título tributa un homenaje numérico y fonético a los Doce cuentos peregrinos de García Márquez, y temáticamente es un libro en algún sentido próximo a Dublineses, Montevideanos y Tijuanenses, racimos en los que sus autores (James Joyce, Mario Benedetti y Federico Campbell, respectivamente) sobrevuelan sus espacios de vida/memoria y desarrollan pequeñas anécdotas que no por locales dejan de ser universales.
El libro 12 cuentos mercedinos (Editorial Gato Blanco, México, 2018, 103 pp.), de Hernán Casciari (Mercedes, Provincia de Buenos Aires, 1971), pertenece a esa camada: la de los libros en los que el autor cuenta historias en las que se siente o presiente un telón de fondo territorial, un entorno, un origen, en este caso la ciudad de Mercedes ubicada a cien kilómetros de la Capital Federal argentina.
Son doce piezas; de ellas aquí destaco cinco.
El primero, “La verdadera edad de los países”, no parece tanto un cuento, sino una especie de artículo de prensa muy creativo.
Desde su arranque tiene este tono y aborda así a los países, como si fueran los ciudadanos de un gran vecindario:
“Francia es una separada de treinta y seis años, más puta que las gallinas, pero muy respetada en el ámbito profesional.
Es amante esporádica de Alemania, un camionero rico que está casado con Austria. Austria sabe que es cornuda, pero no le importa. Francia tiene un hijo, Mónaco, que tiene seis años y va camino de ser puto o bailarín, o las dos cosas”.
La comparación se sostiene sin perder atractivo, pues los rasgos etarios de cada país se corresponden con el estereotipo más o menos conocido en cada caso.
Un gran cuento, este sí, por más que pueda ser o parecer una anécdota real, es “Un cajón secreto”.
Cierto niño descubre en el cajón secreto de papá, entre otros tesoros, un lote de revistas porno europeas, que por cierto siempre tuvieron fama de ser muy poco estéticas.
El protagonista hurta algunas y sobreviene una calamidad sobre la cual no adelanto nada, sólo que sus dos líneas finales son un palazo en la cabeza. O en el corazón, mejor dicho.
Es “Finlandia” el mejor cuento-cuento del conjunto al menos entre los seis primeros.
Un tipo disfruta el rato en una fiesta familiar en Mercedes, tiene un pendiente, pide un carro prestado y al dar reversa siente que golpea algo.
Piensa que apachurró a una ahijada de tres años, ve que sus familiares corren a ver qué sonó y en esos diez segundos pasa el pasado y sobre todo el futuro del personaje, la desdicha definitiva que se le viene encima.
Es un relato que pinta una verdad: que todos colgamos de un incidente, de una desgracia fortuita que puede destruirnos, convertirnos en víctimas o victimarios.
Es un gran cuento, lleno de ese ingrediente que llamamos destino o suerte:
“Tenía casi veinticinco años, estaba escribiendo una novela larguísima y placentera, vivía en una casa preciosa del barrio de Villa Urquiza, con una mesa de pimpón en la terraza y toda la vida por delante, trabajaba en una revista donde me pagaban muy bien, tenía una vida social intensa, era feliz, y entonces mato a mi ahijada de tres años y se apagan todas las luces de todas las habitaciones de todas las casas en las que podría haber sido feliz en el futuro.
Lo pienso de ese modo, desapasionadamente, porque ya no tengo ni cuerpo con el que temblar”.
Todavía más autobiográfico se siente “Bienvenido al club”. Se dirá que podemos leerlo como ficción, pero los datos que suministra casi no lo permiten.
Es como un trozo de memoria, el resumen de la condición del autor como hincha de Racing. Todos, desde su bisabuelo a su padre, lo fueron y vieron al equipo salir campeón más de una vez.
Él, Casciari en primera persona, confiesa que no le gustaba vivir con esos recuerdos prestados, hasta que se hizo la luz y Racing se coronó, lo que permitió al autor pertenecer, ahora sí de lleno, al club de sus antecesores.
El último de la tanda en 12 cuentos mercedinos, “10.6 segundos”, es una especie de crónica del segundo tanto de Maradona a los ingleses en el Azteca.
Tiene como peculiaridad su estructura tripartita. Narra el gol segundo tras segundo, pero a medida que avanza tiende puentes en el tiempo hacia adelante y hacia atrás.
Lo hace en función de los protagonistas más visibles de la jugada.
De cada uno, incluido el árbitro tunecino, describe pasado y futuro, como si los once segundos de Maradona con el balón fueran una especie de bisagra, un parteaguas en cada una de aquellas vidas. Ninguno imaginó que esa jugada, contada al final con un efecto anafórico que homenajea a Borges viendo el Aleph, les cambiaría las vidas para bien y para mal.
Salvo por el hecho cierto de que varios cuentos de este libro no son cuentos en estricto sentido, se trata de relatos siempre emotivos, sostenidos en una prosa sencilla, llena de gratos aciertos en la observación de la condición humana.
Esto importa más, claro, que insistir en la naturaleza genérica de cada pieza aunque el título nos anuncie claramente “cuentos”, cuentos que en varios casos no lo son, sino crónicas o girones de memoria personal, incluso, si lo pensamos bien, artículos, todo sumado en un libro que además de bien escrito ha sido armado en una edición vistosa, munida de numerosas ilustraciones a color.
Lo único que no venía al caso en la edición son las notas de glosario al pie de página.
Explicar qué es “jerga” y qué es “amague”, entre otras, está de más, pues hoy se pueden consultar en donde sea.