Política

“Yo aborté en la Ciudad de México”

A 18 años de la despenalización del aborto en la Ciudad de México, una conmemoración testimonial desde la gratitud y la exigencia.

Mi nombre no importa, soy una mujer de entre las más de 600 mujeres de este estado que hemos tenido el privilegio (me cuesta llamarlo derecho), de acudir a la Ciudad de México a realizar una interrupción legal de un embarazo como un servicio de salud sin estigmas. Este es mi testimonio y puede ser también el tuyo.

No he cumplido treinta años, no me siento una adolescente, pero tampoco lo suficientemente adulta para enfrentar la maternidad, no en este momento. Hace algunos días he tenido la sospecha de que estoy embarazada, nunca lo he estado, pero siento mi cuerpo distinto. Algunas sensaciones como piquetes dolorosos en mis senos como si estuviera en mi periodo menstrual, dolor en mi abdomen, acidez al despertar y un cansancio más parecido al agotamiento que no me es conocido. He escuchado que así se siente un embarazo.

De forma reciente he visitado a Angélica, una amiga de la etapa universitaria que acaba de ser mamá, en nuestra plática repasé varios de estos síntomas. Escucharla me generó esa acidez hasta entonces solo matutina. Ella está feliz y adolorida. Lo primero, tiene que ver con el deseo infinito que siempre tuvo por el nacimiento de su hija y su vida en familia con Juan Manuel, su esposo. Lo segundo, porque tuvo proceso de parto que superó las veinte horas entre cólicos y falta de dilatación para finalmente ser intervenida, una cesárea que la liberó de esas horas agobiantes. No me atreví a confesarle que al momento de cargar a su hija recién nacida sentí unas ganas infinitas de llorar, una angustia y unas ganas de salir corriendo. Todo indica que estoy embarazada y no quiero estarlo, no deseo ser mamá de nadie.

Ni siquiera sé si algún día quiera hacerme cargo de otro ser humano. No es una decisión que haya resuelto. Tampoco es algo que repase todos los días, aunque en los últimos años, para ser exacta en los últimos tres años, es una cuestión que ha sido más recurrente en mis diálogos con otras mujeres, algunas amigas, otras compañeras de trabajo, y en menor medida en charlas familiares. La maternidad, el ser madre, el tener hijos se convierte en cuestión ineludible en conversaciones con otras mujeres conforme superé los veinte años, entonces no me veía en el supuesto que hoy me encuentro. A mis síntomas se ha agregado uno más, tuve ascos al pasar por la carnicería, más tarde no pude evitar vomitar al tomarme un café.

Estoy embarazada y si algo tengo claro la mayor parte de los días desde que lo sospecho, es que no quiero estarlo. Es más, creo que solo por las madrugadas me siento optimista con la idea y siento una extraña fortaleza que desaparecerá con la llegada de la mañana, cuando los preparativos para la jornada me coloquen en mi sitio. Entonces vuelve la razón, no puedo ser madre en este momento de mi vida.

Apenas han transcurridos siete días desde que vivo síntomas asociados a angustia y temores, todos juntos, he decidido hablar esta sospecha, que es casi una confirmación con Luis, mi pareja. Él se muestra sorprendido, emocionado y de forma veloz crea mundos posibles. No se ha dado cuenta que mi ánimo es lejano a esas posibilidades. Ambos hemos sido responsables al cuidarnos, pero algo falló. Decidir cuidarnos fue una postura de ambos, reconocernos en una etapa de pareja que no permite la inclusión de un tercero o tercera fue hablado desde las realidades, nunca romantizamos la idea de ser padres solo por amor o entusiasmo, menos aún por obligación social.

Ante la fundada sospecha algo cambió en el ánimo de Luis, solo cuestiones emocionales, nuestras realidades permanecían intactas. Cada uno vivimos con nuestros respectivos padres, el alquiler que hemos planeado hace meses no se ha concretado. Ambos tenemos trabajos por contratos renovables cada tres meses, nuestros salarios apenas nos permiten vivir en lo individual. Yo soy empleada del área administrativa en el gobierno estatal, él como yo sigue buscando alternativas que nos liberen de estas precarias lógicas quincenales. Estar embarazada no es la opción en este proceso de inconformidad profesional, casi existencial.

Una vez que han pasado esos momentos de euforia, Luis regresa a ser Luis, sabe que no tenemos las condiciones de tener un hijo en este momento de nuestras vidas. Que no se trata de una decisión que podamos idealizar desde frases tan absurdas como comunes, “otras parejas en peores condiciones lo logran… un hijo es una bendición… por algo ocurren las cosas…etcétera”. Nunca hemos sido proclives a las inercias aún y cuando estamos inundados de emociones. Lloramos, nos abrazamos, ambos intentamos consolarnos y contenernos. Tenemos miedos, dudas y muchas ganas de no ser los habitantes de estos cuerpos que no quieren confirmar lo que resulta evidente. No estaba planeado, pero pasó ¡porque también desde lo no planeado los embarazos pasan!

Acudir al laboratorio es la primera de las otras decisiones que hemos acordado. Esperaremos juntos los resultados en una banca colocada en el jardín aledaño a la Basílica. Nos han indicado que en dos horas podemos regresar. Mientras el tiempo transcurre hemos iniciado a elaborar escenarios pensados desde lo que desde ya confirmamos como sin el veredicto del estudio sanguíneo, el resultado será positivo y no podremos dar continuidad al embarazo.

Ninguno de los dos somos expertos en la materia, pero ambos siendo guanajuatenses hemos crecido sabiendo por propios y extrañas que el aborto voluntario está penalizado, es decir, es un delito. Por nuestras familias también está estigmatizado, crecimos escuchando sus posiciones y opiniones. Decidimos que nada de lo que ocurra será motivo de diálogo con ellos, no tiene sentido convencer a nadie, no queremos exponernos, ni creemos que debamos hacerlo. No está siendo fácil para ninguno, no queremos aumentar variables para lo ya de por sí complejo.

Luis tiene algunas historias compartidas por sus amigos, la mayoría asociadas a abortos con medicamentos. Yo le adelanto que esa ruta me da miedo, que no quiero atravesar esa decisión sin ayuda médica. En ese momento ambos recordamos lo que alguna vez nos compartió Mariana sobre un médico de fama pública conocido en la ciudad por ‘realizar abortos’. Ahora que lo platicamos nos resulta poco probable pensar que se trate de un profesional confiable, ni siquiera su cara lo es, los costos son elevados y su nivel de responsabilidad con la mujer que acude con él es nula.

Al pensar en esto último ambos cuestionamos la forma en que funciona la consciencia de una sociedad en la que crecimos, ‘un médico de fama pública’ tolerado por las autoridades, e incluso médico de cabecera de varias de ellas, y mientras tanto nosotros sentados en una banca del Jardín Principal con miedos que atraviesan el volumen de la voz mientras hablamos de las alternativas para abortar. Hablamos cuidando no gesticular, crecimos aprendiendo a que en una sociedad donde todos nos conocemos se pueden leer a distancia lo que nombramos.

No podíamos arriesgarnos. Somos universitarios, tenemos conocimientos que creíamos suficientes para no amedrentarnos y buscas alternativas, sin embargo, ahora mismo nos sentimos vulnerables. Yo soy una mujer informada y con recursos de decisión, pero ahora mismo estas condiciones no me están salvando del todo. No es una decisión sencilla, sé lo que quiero, y sin embargo, no hay decisión ‘fácil’: Mientras continuamos en la que me parece una larga espera vienen a mi mente una pregunta que hoy me parece absurda, ¿estas a favor o en contra del aborto?...Yo no quiero ser madre en este momento, en estas circunstancias de mi vida pero eso no significa que me deba ubicar en alguna de esas únicas dos opciones en las que pretenden centrar una situación y decisión vital que en ningún sentido puede ser simplificada. Yo quiero decidir y todo lo que atraviesa mi mente, mis emociones en este momento superan en mucho una pregunta dicotómica.

Es la hora y caminamos juntos por un resultado que nos es entregado en un sobre blanco. Minutos antes ambos hemos decidido que acudiré a practicarme el aborto a la Ciudad de México, la primera del país en despenalizarlo hace casi dos décadas, hemos elegido la clínica a la que ya hicimos dos llamadas para atender dudas, hemos hecho la suma de la cantidad que deberemos de tener a la mano para poder viajar, pagar procedimiento elegido, medicamentos y algunos alimentos durante las horas que debamos permanecer en una ciudad que ahora nos parece cercana. Serán cuatro a cinco horas para el trayecto de ida, otras más de regreso. Los que regresemos no seremos los mismos. Estos días, estas horas, esta espera y la decisión nos han dado otras enseñanzas. No se trata de nuevos contenidos morales, a mi regreso hablaré del aborto desde la piel, mi piel.

Ambos temblamos, yo no me atrevo a confirmar lo que ya sé. Luis es quien abrirá el sobre. Lo que sigue es planear la ida a la clínica con todos los artilugios para no levantar sospechas en nuestras familias, ni tener complicaciones en espacios laborales. Tenemos el tiempo respirándonos en la nuca, imaginamos el número de semanas de gestación y no queremos mayor riesgo del preexistente. Ir a la Ciudad de México no es sencillo, pero es una decisión obligada ante la falta de opciones en mi ciudad, que no asumo mía, me doy cuenta de que sobre el aborto mis conocimientos son limitados, aunque siempre tenía una opinión sobre el tema. Ahora mismo tengo más miedo que información.

Logramos reunir la cantidad de dinero a pagar para el método de interrupción elegido. Sabemos con una alta dosis de realidad que esta cantidad no es mínimamente cercana al pago por una cesárea o los nueve ultrasonidos que debería hacerme de decidir continuar con el embarazo. No requiero justificar, no tengo las condiciones para ser mamá ahora e insisto, no quiero y punto. Él tampoco quiere ser papá en este momento, con el resultado en las manos lo ha admitido sin que yo le preguntara.

Es de madrugada, vamos en un camino, será un viaje de un solo día. En el transporte viajan más mujeres, algunas solas, otras acompañadas como yo. Imagino en este momento que es probable que alguna de ellas también acuda a alguna clínica a practicarse alguna interrupción de embarazo, antes de este día no lo hubiera pensado. También me doy el tiempo de imaginar que somos una minoría quienes podemos acudir a esta alternativa fuera de la ciudad que habitamos pero que no es nuestra, porque de serlo no nos negaría derechos, otras serán ‘pacientes’ de ese y otros ‘doctores de fama pública’, otras tantas, estarán recurriendo a los medicamentos, algunas más ahora mismo se debaten en la decisión que a pocas nos pertenece.


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Iovana Rocha
  • Iovana Rocha
  • Activista insistencialista, feminista de lo cotidiano y aprendiz de la prosa intimista. Escribo sobre las historias de vida de las otras mujeres como un acto de justicia y transgresión.
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