En nuestro país, la palabra dejadez indica una transformación negativa que generalmente sucede en una persona. Si conocimos a alguien atlético, que estaba en forma, tiempo después lo volvemos a ver y notamos su barriga, o su papada, le decimos: ¿por qué te dejaste?, o afirmamos “esta persona se dejó”. Este proceso de declive parece formar parte de un círculo vicioso que no precisa bien a bien dónde está el límite entre origen y consecuencia. “Un hombre puede beber porque piensa que es un fracasado, y fracasar por completo debido a que bebe”, nos dice el escritor George Orwell, al explicar que un efecto se puede convertir en causa.
El autor de Rebelión en la granja, una gran novela que estudia los efectos nocivos de la dictadura en la vitalidad del lenguaje y la memoria, entendía que la decadencia del lenguaje tenía causas políticas y económicas. Orwell era capaz de percibir la estrecha relación entre lenguaje y pensamiento. Con preocupación, observaba el detrimento del idioma inglés y su previsible consecuencia: la estupidez. En 1946, justo después, del fin de la segunda gran guerra, escribió un ensayo donde sacaba su látigo crítico al inglés: “se ha vuelto feo e impreciso porque nuestros pensamientos son necios, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos necedades”.
Un sabio austriaco, filósofo y lingüista, entendía que el lenguaje era una vía para conocer la realidad. Una frase suya nos aclara la relación entre lenguaje y pensamiento: “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Entendemos con esta frase que con cada palabra que entendemos, nuestro horizonte se hace más ancho. Quienes poseen un abundantecapital lingüístico, entienden que la realidad tiene una riqueza y matices muchas veces imperceptibles a aquellos que son pobres de su lengua. La desigualdad lingüística provoca que unos sean más reacios a caer en las trampas de las verdades a medias.
Podría dar cuenta de otras intelectuales que se han detenido a pensar sobre la importancia que tiene ese intangible tan leve, tan nuestro, tan menospreciado, tan inmediato que es nuestro idioma.
Sus reflexiones inspiran a preguntarme sobre la salud del español.
Malas noticias.
Nuestro lenguaje está en una lamentable condición de dejadez, se ahoga en una pila de barrabasadas y pide auxilio. Completemos la ecuación: tenemos malos hábitos lingüísticos que se convierten en malos hábitos de pensamiento. Las imágenes trilladas, las vaguedades, enferman nuestra lengua. ¿Y qué decir de las palabras mal dichas que poco a poco sustituyen a sus originales?
Mi hermano Federico y yo tenemos un compromiso que cumplimos a cabalidad: mandarnos mensajes de WhatsApp cada vez que leemos o escuchamos engendros del lenguaje. Justo hoy por la mañana, Federico me envió un mensaje de doce letras. Entendí su hallazgo y me puse a reír. El monstruo en cuestión aparece en un comercial de una cerveza famosa. Sigamos la lógica de Perogrullo. ¿Cuáles son las cualidades de una cerveza? La frescura. Supongo que quienes gustan de esa bebida disfrutan de su frescura que calma la sensación de agobio por el calor. ¿Qué decidieron los mercadólogos en su furia creativa? Armar otra palabra que pudiera darnos la sensación de frío: REFRESCANCIA.
El anuncio de esa cerveza ha sobrevivido, como sobrevive tanta mediocridad en nuestro país. ¿Y qué decir de un jugador de fútbol soccer que al ver la infracción de un compañero pidió EXPULSACIÓN en vez de expulsión?
Mi hermano me cuenta que, en su tierra, ya no se venden equipos de ordeña, sino EQUIPOS DE ORDEÑO. La obsesión por la concordancia tiene sus tropiezos.
Por último, algunas personas que conozco insisten en confundir intimar con INTIMIDAR. Intimar viene del deseo de acercarse a alguien, de buscar intimidad, imposible de confundir con su casi antónimo que es el intimidar, básicamente infundir miedo.
Repito la frase de Orwell: nuestra lengua se ha vuelto fea e imprecisa porque nuestros pensamientos son necios, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace más fácil que pensemos necedades.
¿Y qué decir de nuestro entorno político?