Cultura

'Sr Toto', restaurador y diseñador de bicis

columna de Humberto Rios

En este taller de la colonia Roma se concentran años de trabajo creativo, cariño, oficio y pasión por la bicicleta, cada vez más usada en Ciudad de México, donde nació Alberto Pérez García, Sr Toto, quien desde niño tuvo apego por este tipo de transporte, hasta hacerse de un negocio en el que diseña y restaura. Incluso las ha rescatado de tiraderos. Lo dice sin presunción. Más bien lo menciona como una hazaña que lo llena de contento.

“La bici de mi esposa la rescaté en un depósito de fierro viejo en la Doctores”, recuerda. “Su bici ha de tener como 80 años. Estaba toda oxidada. Está súper ligera, no pesa nada. En esa época el tubo se llamaba Colibrí”.

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—Usa una bici rescatada…

—Y de fierro viejo. Fue hace como diez años. Por cierto, me la vendieron en cien pesos.

—De modo que aquí pueden venir y decirte: “Yo traigo estos pedazos y tú haces un milagro”.

—Aquí hay cariño, oficio y pasión, porque hacemos trabajo de pintura, restauramos bicis antiguas y las hacemos nuevas, personalizadas, en tallas, estilos, colores; inclusive me han dicho: “Voy a viajar a Centroamérica en bici”. Entonces preparamos las adecuadas para ese trayecto.

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—Y por todo el país.

—Hay una ruta que se llama Chichimeca. Es del norte a Oaxaca y México. Estamos haciendo una para ese trayecto.

Muchas personas, algunas por instancias de otras, traen bicis para restaurar aquí, al número 120 de la calle Coahuila, colonia Roma, donde está Rueda Libre Crew, el taller de Sr Toto.

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“Ahorita estoy en pláticas con una chica que me pide rescatar su bici antigua, pero quiere filmar todo el proceso de restauración”, comenta.

La clienta es de la capital, pero también han venido de Tamaulipas, de Oaxaca y Puebla, del Estado de México y otras entidades.

Hace poco vino un cliente de Pénjamo, Guanajuato, con una bici que había sido usada por sus antepasados y que por años permaneció guardada en casa de una tía, a quien pidió permiso para llevársela a Miami, donde vive, pero hizo una escala en Ciudad de México.

“Estaba destrozada y se la restauramos, la arreglamos muy bonita y se la llevó, porque él vive en Miami”, dice Sr Toto. “Y ahora nos manda fotos que anda con su bici en la playa”.

—Y qué tal quedó.

—Muy preciosa.

—O sea que aquí hacen magia.

—Ese es mi trabajo.

Y sonríe.

Porque Sr Toto siempre sonríe.

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Toto es una palabra de origen náhuatl. “Así me decía mi abuela cuando era niño”, recuerda Alberto Pérez García. “Le decía a mi mamá que yo no alcanzaba a ser un tepocate, sino que era más chiquito y más feo”.

Por eso lo de Toto.

Sr Toto.

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Y lanza una carcajada más este hombre, siempre de rastas, pantalones cortos, barba recortada y pañuelo amarrado a la cabeza, al estilo Willie Nelson, cantante, guitarrista y compositor de country.

Y a propósito de cantantes, Pérez García, quien llegó a trabajar con Álex Lora, enumera lo que llama sus “amores: la bici, el rock y la lucha libre”.

—¿Y cómo surge tu afición por la bici?

—Porque desde niño me gustó la cuestión de las herramientas y después dije: “Algún día voy a poner un taller”. Y es que siempre me ha gustado cortar tubos, pegar, soldar, pintar y reparar. Además del diseño.

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Y aquí tiene oportunidad de hacer lo que menciona después de adquirir cierta experiencia, aunque nunca es suficiente, admite.

—Y qué te dicen los clientes.

—Ya ni siquiera vienen, sino que escriben en mis redes sociales: “Quiero que me hagas una bicicleta”. Y yo les pregunto: “Cómo de qué color”. Y ellos me dicen: “Quiero que me sorprendas”. Y ya cuando vienen les hago un guiño. Por lo regular la gente siempre queda sorprendida.

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Sr Toto siempre está al tanto en cuestión de diseño de bicicletas, pues hay clientes que las prefieren desde vintages hasta las denominadas urbanas.

Describe:

“Las bicis clásicas, las vintages, son las que usan por lo regular para paseos, que van derechitos, con su canastita, tirando glamur por el Parque México; y las pixies, mitad de ruta y mitad de montaña. Son para ciudad, muy veloces, inclusive no traen frenos”.

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—Y faltan más…

—Muchísimas. Ahora hay muchos modelos: las plegables, las que se doblan. En los setenta las hubo en México, pero no pegaron tanto; ahora están de moda y se siguen vendiendo.

—Esas se pueden meter al Metro.

—Exactamente.

—Y en los camiones.

—Sí, de hecho yo antes usaba mucho mi plegable; en otro trabajo tenía que irme por el rumbo del Colegio Militar; ya de regreso me daba flojera y me metía al Metro con ella.

—Y las bicis tradicionales.

—La bici clásica, la que le dicen de panadero, de lechero; es de rodada 28 y el formato se llama bici de turismo, son de uso rudo, traen doble tubo para la carga.

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Y ha sido tanto su amor por las bicis, dice Sr Toto, que en su casa tiene una colección de las más antiguas. “Tengo bicis colgadas en mi recámara, una bicicleta doble que se llama Tándem, para dos personas”, refiere. “Es una bici de los cuarenta y tantos. De mi colección tengo de los años cincuenta, y son las que uso. Siempre traigo una clásica”.

—¿Cuántas tienes en tu casa?

—Llegué a tener dieciocho —se carcajea—, pero ahorita nomás tengo seis o siete, porque las he estado vendiendo.

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“La bici es un objeto personal con el que te puedes trasladar de un lugar a otro sin tener contacto con la gente”, alecciona Sr Toto, a propósito del uso durante pandemia. Cuenta que acaba de ir al centro de la ciudad y estaba cerrado por manifestaciones. “Lo que hice fue meterme en lugares que ni la moto puede”.

Y además, añade, pedalear quita el estrés, te ejercitas y la larga significa calidad de vida. “El problema es que hay mucho caos y falta de sensibilidad”.

—¿Qué has notado?

—Que todo el mundo quiere llegar rápido a su casa, todo el mundo quiere pasar primero, ya no hay la cortesía que antes había.

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Y ya de regreso al mundo de su taller, Sr Toto muestra el local—ahí cumplirá 6 años, aunque ha estado más tiempo en otro sitios de la misma calle — repleto de bicicletas en proceso de reconstrucción o refacciones de todo tipo y épocas, como las de aquellas bicicletas Mendoza, una marca mexicana que también hacían rifles, así como las italianas Regina.

Este lugar también es visitado por escritores, actores, gente de la farándula y otros más, además de aficionados comunes.

“Por ejemplo, cuando hubo una serie en Canal 11, Soy tu fan, vino Cecilia Suárez y me compró una bici; después vinieron del elenco a comprar”, recuerda Sr Toto.

—Y también cantantes.

—Los de Panteón Rococó, sí, son mis clientes. Y actores. Ahí está Damián Alcázar. Y muchos a los que conozco más por el apodo de la película que por sus nombres — dice y otra vez ríe.

Y ya un poco más serio recuerda que el hijo del escritor Salvador Elizondo lo invitó a su casa donde él y su papá tenían una colección de más de 60 bicicletas.

“Increíble”, suelta Sr Toto, nada más de recordar lo que observó durante su visita a la casa del ya fallecido escritor mexicano. “Tenían bicis de todo el mundo”, añade. “De hecho, me trajo unas para vender”, rememora ante la sorpresa del reportero.

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Y es que para este hombre, que abrió su taller a los 42 años, todas las bicicletas son diferentes. “Diario se aprenden cosas nuevas; sabes mucho, pero nos falta mucho por aprender”, dice, luego de recordar que a los nazis les dio por usar bicicletas y secuestraron a un empresario holandés para que se las fabricara con las características exigidas.

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—¿Y qué te parece esa frase de “Pueblo bicicletero”?

—Es una frase muy bonita. Yo sé de anécdotas bonitas donde solo había bicicletas y transportaban las verduras o la leche. Hasta hay películas…

—Como Ladrón de bicicletas.

—Sí, hace que la garganta se te rompa, ¿no? Una película muy triste. Es muy triste, muy melancólica, pero está padre, romántica.

—Te llegó.

—Muchísimo.

Y ahí está Sr Toto.

Para servir a usted.

Humberto Ríos Navarrete


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