Una supuesta equivocación en el Congreso local sirvió para que resurgiera el castigo a trabajadoras sexuales en Ciudad de México, un asunto que parecía haber quedado atrás cuando algunos colectivos protestaron contra la persecución policiaca. Brigada Callejera, que promovió amparos en 2013 para que no fueran fastidiadas por la autoridad —excepto que existiera el delito de lenocinio, al que ha combatido— protestó de inmediato.
Entre la calzada de Tlalpan y La Merced aún revolotean preguntas sobre el propósito de legisladores que colocaron el dedo inquisidor sobre trabajadoras sexuales en la capital. Les trajo recuerdos de la época negra impuesta por Arturo Durazo Moreno, jefe de la policía del DF, y otras acciones oficiales, hace 20 años, cuando usaban helicópteros para buscar prostitutas, en lugar de perseguir a los explotadores.
También repasaron imágenes de la entonces fiscal Juana Camila, que en recientes años ordenaba operativos de supuestos “rescates” de mujeres dedicadas al sexoservicio, y que en realidad eran anuncios espectaculares sin sustento, pues al día siguiente, después de estar retenidas durante horas volvían a trabajar en diferentes calles de la ciudad.
La reciente pifia de criminalizar el sexoservicio —en especial legisladores del PAN y de Morena, de acuerdo con Brigada Callejera— hizo recordar a Sandra Montiel, mujer transgénero, lo que escuchaba de sus compañeras cuando platicaban de los años más oscuros, en el sexenio de José López Portillo, lapso en el que algunas fueron desaparecidas.
Lo más reciente solo fue un chispazo, pero suficiente para enfurecer y poner en guardia a trabajadoras sexuales. Lo cierto es que legisladores locales habían cometido un grave error. Después, cuando les hicieron ver que en las reformas a Ley de Cultura Cívica criminalizaban y estigmatizaban el trabajo sexual, intercambiarían culpas. El daño estaba hecho.
Tuvo que intervenir la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, para proponer la enmienda y que ésta se discutiera y aprobara en el histórico inmueble de Donceles y Allende, domicilio del Congreso local.
“La prohibición, restricción y sanción del trabajo sexual”, dice el texto enviado a los diputados, “no brindan una solución al problema, lejos de ello violentan las libertades constitucionales de los individuos”.
Contextualiza y reconviene:
“Ciudad de México es un referente nacional en materia garantista y progresista. Busca lograr la plena efectividad de los derechos reconocidos dentro de nuestra Carta Magna. Una norma como la que se observa, constituye una contradicción y un retroceso en nuestro sistema jurídico”.
El pasado viernes se aprobaron las reformas.
Y el fantasma dejó de aletear.
Pero no los recuerdos.
***
Sandra Montiel pertenece al taller de periodismo “Aquiles Baeza” y pertenece al colectivo Brigada Callejera de Apoyo a la Mujer “Elisa Martínez”. Tiene 41 años. Es mujer, dice, desde los 13 de edad.
Nació en Xalapa, Veracruz. Desde joven trabajó —“decentemente, se puede decir”— en restaurantes de esa ciudad, donde “siempre fui abusada y explotada”, pues trabajaba de 10 a 12 horas diarias.
Un día de hace 24 años, dice, decidió venir a CdMx, “ya con la mentalidad de desenvolverme en el trabajo sexual”.
Llegó a la zona de Pino Suárez y preguntó por unas amigas de Xalapa que habían recalado un año antes. Recorrió hoteles cercanos donde le decían que había chicas trans. Poco después, junto con ellas, formó la cooperativa Ángeles en Busca de la Libertad.
Desde entonces ha estado en diferentes lugares: avenida Insurgentes, Puente de Alvarado, Villa Coapa y Tlalpan. En esta calzada su lugar de trabajo está a la altura de Viaducto. Ahí tiene más de 20 años.
Todo viene a cuento porque ella fue una de las que protestó contra la reforma a la Ley de Cultura Cívica donde las criminalizaban. Y en ese momento se agolparon imágenes de hace 21 años.
—Hubo un operativo muy fuerte con helicópteros —recuerda—, la verdad se me hizo ridículo, y nos llevan a la delegación. Estaba 24 Horas, con Jacobo Zabludovsky, y su cámara me hace una entrevista, y salgo en televisión, y toda la gente que me conocía en Xalapa, cuando voy de visita, me empiezan a preguntar: “Oye, qué pasó, te vimos”. Yo salgo como trans, porque calzada de Tlalpan, en la zona donde yo estaba, era de mujeres trans.
—Ya se conocían como “trans”.
—No, ese calificativo es de hace muy poco por toda la lucha que hemos tenido, pero antes nos decían “mujercitos”, “revestidos”. Por ejemplo, la revista Alarma, amarillista hasta la médula, siempre escribía: “mujercito es asesinado”, o “revestido”, o “lilo”.
—Tú eres sobreviviente.
—Sobreviví, gracias a Dios, porque de las 10 personas que éramos de Xalapa, Veracruz, solo vivimos tres. Las otras siete ya fallecieron.
—¿Por qué, de qué?
—Unas de VIH, otras de alcoholismo y otras fueron asesinadas. Y aparte, claro, compañeras de otros estados y de CdMx, que he visto fallecer. De verdad es que nosotras sobrevivimos.
—Y con tanto prejuicio.
—Sí, sí, porque de hecho hubo ocasiones que Gobernación se metía hasta los hoteles a sacarnos. Nos tocaban la puerta de las habitaciones, y cuando abríamos, “vámonos”.
—Y qué les contaban las demás.
—Amigas que estaban antes que yo, pues nos contaban que se las llevaban, pero que otras ya nunca aparecieron o que lo hicieron torturadas y violadas en los canales de Chalco... Qué bueno que se derogó eso.
***
La torneada figura de Sandra Montiel, subiendo unas escaleras, se publica en la portada del libro titulado Putas, activistas y periodistas, en cuya hechura participan varias de ellas. Describen sus vidas.
Inicia así el relato que se refiere a ella: “Sandra Montiel Díaz tiene 39 años. Su pelirroja cabellera le cubre medio rostro. Hace muchos años un hombre, así nomás, casi de pasada, le aventó ácido en la cara...
“Estilista, cocinera, tarotista, capoerista (...) Tenía 17 años cuando una amiga le dijo que era muy guapa, que parecía mujer. Le contó que en CdMx se paraba en una esquina ‘y los hombres pasaban en sus autos a pagarle’.
“La joven Sandra no sabía nada del trabajo sexual, pero estaba ‘harta de ser explotada’ en el restaurante. Quería tener una casa, ayudar a su mamá y soñaba con tener un enorme busto (...)”.