Cultura

Potro Salvaje en Pantitlán

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Muy joven moldeó sus músculos en el Bosque de Chapultepec y en los Baños y Gimnasio Lupita, en Tacubaya, hasta que le ofrecieron convertirse en luchador. Primero lo mandaron a la línea de los rudos, pero le desagradó el abucheo de quienes le decían que con su cuerpo de adonis estaba en el bando equivocado. Entonces se inclinó por el vuelo suave y confirmó que la técnica era lo suyo, y fue cuando se unió al partido de los buenos.  

Eran los años 70.

Luchó en pueblitos del Estado de México con el nombre de Tarzán, sobre cuadriláteros improvisados, a cambio de un taco, y a veces para divertir a seguidores de candidatos en campaña.

Todo inició cuando El Chivo Martínez, un entrenador, le dijo que le hacía falta un luchador y le propuso sustituirlo con él.

—No, profe, pero si usted apenas me está enseñando a dar maromitas —le respondió el joven fisicoculturista.

—Vente, nosotros te cuidamos… —prometió el profe.

Y se confió.

De moldear sus músculos y sin preparación suficiente, recuerda, lo enviaron a luchar contra otros que sí sabían de costalazos. Los pocos espectadores que había la arena lo abucheaban y le decían: “Lástima de cuerpo, pero para luchador no sirves”.

Las palabras eran como puntas de estiletes en la cresta de ese gallo que sintió herido su orgullo; pero en lugar de recular fue con El Chivo Martínez y le pidió que lo capacitara. Fue un año de riguroso entrenamiento.

Y llegó el día que lo citaron para entrar en acción. Le llamarían Tarzán. También habían convocado a dos muchachos de musculatura impecable. Los iban a bautizar como Potros Salvajes. Pero ellos se arrepintieron a última hora, sin que les importara la programación.        

—¿Y tú, Tarzán? —preguntó El Chivo Martínez.  

—Yo le entro como Potro Salvaje —respondió.

***

Estamos en la Arena San Juan Pantitlán, ubicada en un viejo edificio, no muy lejos de la avenida Texcoco, municipio de Ciudad Nezahualcóyotl, Estado de México, y cerca de la calzada Ignacio Zaragoza, en CdMx.

El hombre se coloca la máscara, entra a los vestidores, se persigna, sube al ring y se convierte en Potro Salvaje. Parece escuchar aquellos alaridos que lo animaban a seguir en la lucha-no dejes de luchar.

Salta, saluda, hace reverencias; posa para las cámaras de Multimedios. Alrededor hay gradas de cemento vacías; en la primera fila, butacas viejas, deshilachadas. Los recuerdos desfilan.

Su hija Ivonne Quintana, una de seis mujeres y dos hombres que Potro Salvaje concibió, lo instruye desde abajo. Ella es una fisicoculturista —como el padre lo fue en su adolescencia— que ha ganado premios en concursos.

Y ahora lo dirige.

—¿Qué significa para usted su padre?

—Es mi avenger, mi héroe —dice y sonríe.

—Mi heredera le está echando ganas; será La Potra Salvaje —dice el padre, Salvador Quintana, a quien le brillan los ojos tras esa máscara con la figura de un brioso caballo que le cubre medio rostro.

—¿Y por qué no La Yegua...?

—No, La Potra Salvaje, porque es brava como su mamá; yo, de salvaje nomás tengo el nombre, porque arriba del ring soy una chulada.

***

Aquí está Potro Salvaje, de brazos duros, no obstante su edad, quien desde hace años se dedica a entrenar a jóvenes, pues dejó de luchar debido a que sufrió una luxación en la columna vertebral.

Y otra vez los recuerdos:

—Empecé como rudo, muy rudo, pum-pum-pum, con una máscara negra, de un rufián, de un potro negro, pero no me sentía bien. Y seguí luchando. Con el tiempo pedí la oportunidad. Aquí hacían funciones los miércoles. Para que te dieran ese día tenían que pasar años.

Y llegó el día que nació Potro Salvaje como técnico; pero antes de continuar, evoca:  

—La gente decía: “¡Bravo, bravo, qué bonito!”. Entonces el promotor me dijo: “Sabes qué, Potro: nada más vamos a cambiar tu imagen y la próxima vez vienes como técnico. Es que haces muchas cosas bonitas”.

—¿Y sintió la diferencia?

—No, pues sí, porque eso de que te estén mentando madre cada rato, ja, ja, ja, es diferente a que bajes y te aplaudan, empezando por los niños. ¡Me adoraban, me adoraban! La gente decía: “¡De ahí eres, de ahí eres, Potro!”, y mire: tengo 80 años y la gente todavía me dice: “Es que tú no luchabas, Potro, tú volabas; no pisabas el ring, flotabas”.

—Y como Potro Salvaje se fue a otras partes.

—Bendito Dios, conocí Estados Unidos; ahora sí que, como dice aquel, de entrada y salida; y también conocí Nueva York, Tijuana, Laredo.

 Y entró a las grandes ligas y llegó a luchar de pareja con El Santo, precisamente aquí, en la Arena San Juan Pantitlán

—No cabía la gente cuando el señor Guzmán venía, mis respetos para él; pero el gusto más grande que tengo es que cuando él venía le decía al dueño de la arena: “Quiero que me pongas de compañero a este muchacho que lucha bonito...” 

—Es que usted volaba.

—Sí, yo flotaba en el ring.

—¿Cuántas veces hizo pareja con El Santo?

—Como dos o tres.

—¿Y con quiénes más luchó?

—Mil máscaras, Dos caras, El Solitario, Blue Demon. Llegué a luchar con El Cavernario Galindo en El Cortijo. Era un señor que decía: “A ver, muchacho, no se me mueva tanto, porque yo sí lo puteo”.

—Trataba de intimidarlo.

—Sí, porque yo me movía muy bonito.

—Era un clásico.

—Él era un rudo nato. También luché con los tres villanos, con Rey Solar, con Ultramán, ¡con Huracán Ramírez! El señor García me dijo: “¡Órale, Potrito, esta arena es tuya y yo nomás desde aquí te veo!” 

—¿Y cómo le iba en otras arenas?

—Yo nomás me movía tantito arriba del ring y en todas las arenas me iba bien. Bueno, una de las que me costó mucho trabajo fue la de Puebla.

—¿Por qué?

—Porque ahí son duros; ahí sí saben de lucha libre, ahí llegué y empecé a luchar... ¡Nooooooo!

—¿Qué pasó?   

—Y que se para la gente.

—Se los ganó.  

—Les comunicaba yo mi dolor; aquí la gente lloraba cuando me pegaba el rudo. Ahora yo no he visto eso...   

Potro Salvaje se emociona.

Y es cuando una vez más le brillan los ojos en esta comarca donde hacen eco los aullidos de un público que lo encumbró como el gran gladiador en los encordados de la San Juan Pantitlán. 

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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