Los lavaderos no solo resuelven la falta de agua que enfrentan en algunos pueblos y colonias de Xochimilco, sino que también sirven de terapia para algunas personas. Lo confirma María de Lourdes Paredes Sandoval, quien desde hace más de cuarenta años ha restregado su indumentaria y la de su familia en este servicio comunitario en el barrio San Antonio.
Ella, como otras, necesita fuerza para restregar la ropa y dejarla rechinando de limpia, dice mientras sonríe, un gesto característico de quien confirma: “Sí, hay que tener fuerza para la tallada de la piedra; o sea, recargarse para poderlo hacer".
Calchipahua —Casa de la limpieza— es el nombre de este lavadero público ubicado en una callecita donde vive Paredes Sandoval, una mujer de fácil palabra, amable y sonriente cada vez que cuenta anécdotas chuscas y a veces sin hacerlo.
Es verdad que ella tiene lavadora, como otras vecinas; pero también están quienes carecen de ese aparato, como una anciana que llega con un bulto de ropa que apenitas resiste cuando se lo echa al hombro, pues se dice que la silenciosa mujer lava ajeno para poder sobrevivir.
Y es que aquí no se discrimina a nadie, siempre y cuando cumplan con las reglas internas, como son, entre otras, no desperdiciar agua y lavar el lugar que usaron, pues al fin y al cabo es una zona común y de convivencia.
Muchas mujeres que usan este servicio gratuito tienen lavadoras en su casa, “pero solo la utilizan para darle el primer tallón a la ropa, porque el segundo se lo vienen a dar acá”, comenta Paredes, “y luego la regresan para secarla; para centrifugarlas, pues”.
Es cierto que las lavadoras eléctricas no enjuagan bien, pues con el paso del tiempo las prendas se tornan amarillentas. Aquí, en cambio, las restriegan a conciencia, y mientras lo hacen intercambian opiniones o se concentran en sus problemas que aquí desembuchan y casi siempre reciben apoyo.
***
La señora María de Lourdes utiliza guantes. “Es que se me maltrataron mucho las manos y en los aparatitos no pasan mis huellas”, dice, en referencia a los sensores de huellas dactilares, como los usados en el INE. “Entonces me dijeron que por lo menos utilizara guantes para hacer quehacer, a ver si se vuelven a reparar”.
—¿Y qué tanto lava y cada cuándo viene a lavar?
—Yo vengo dos o tres veces por semana. Y a veces traigo así —abre las mano como si abarcara un gran bulto— y a veces como ahorita, solo las de mi nieto, que utiliza uniforme. Somos cinco de familia, pero los sábados y domingos me ayudan mis hijas.
—¿Ellas también piensan que se le saca mejor la mugre, digo, perdón, brillo a la ropa?— se le pregunta con una sonrisa.
—Sí —sonríe al mismo tiempo que hace un gesto de afirmación— y tenemos lavadoras pero casi no las utilizamos. Porque se echa a remojar la ropa, en lo que talla uno la de color o la negra, que no necesita tanto remojarse, y la blanca, pues se queda hasta el final, para darle el primer tallón.
—¿Y qué platican cuando lavan?
—Ay, pues comentamos todo lo que pasa en la comunidad, ja,ja,ja, algún problema que tengamos; también se puede decir que nos damos consejos, nos contamos chistes o anécdotas. “Que fíjate que me pasó esto ayer”. Y así.
—Es curativo.
—Como terapia, sí, y mucha, porque nos ha llegado gente con una depresión muy baja, que al hablar, al platicar, va saliendo…
De lo anterior ella misma, Lourdes, es un vivo ejemplo. Dice que hace años sufrió por la muerte de su madre y se le juntaron otros problemas familiares. Era demasiada su desesperación.
—Se me juntó todo y entré en depresión. Y aquí era a donde venía a terapia, o sea, a platicar con las señoras, y esas pláticas me ayudaron a salir. Hubo quien me dijo: “Eres una quien sabe qué, ya deja tus problemas allá y vente a divertir”. Y así hay señoras que vienen con depresión por sus problemas que tienen y otras señoras les dan consejo, les dicen qué hacer, y mire que les levantan el ánimo.
—Y salen contentas.
—Sí, y también nos ayudan los convivios que de repente formamos; que una va por el pan, que otra va por el azúcar y hacemos nuestro cafecito, o invitamos desayunar a las que vienen temprano. O si al mediodía ya tienen hambre, pues corren por el taco placero y hacemos nuestro convivio.
Lulú, como le dicen, vive aquí, pero hay señoras que vienen de lejos y utilizan transportes. “Mucha gente baja de la montaña hacia acá o vienen de la chinampería”, comenta. “Por falta de agua en esa zona se vienen a concentrar acá”.
—Les ayuda mucho.
—Sí, por supuesto, y vienen con costales, no con una bolsita, como yo; a veces todo el día se la pasan en los lavaderos.
***
Y aquí está Jacqueline Aguilera Pacheco, quien tiene lavadora en casa, pero por una poderosa razón baja del pueblo de San Lorenzo: “Desde hace un mes no contamos con agua y aquí siempre hay”.
—¿Y cuál es la diferencia entre la lavadora y el lavadero?
—Ah, pues queda mejor lavada.
—¿Y cómo lo nota?
—Pues a la ropa blanca y la ropa interior, calcetines y todo eso, se le quita porque se le quita— sonríe—. Y yo lavo mucho, porque tengo tres hijos y mi esposo y yo. Somos cinco.
—Pero la lavadora es más rápida, ¿no?
—Pues qué cree: yo siento que me tardo más en la lavadora.
—Entonces es una buena experiencia: de la lavadora a los lavaderos.
—Sí, ji,ji,ji.
—¿Crees que deben hacerse más lavaderos por escasez de agua?
—Sí, la verdad sí; de hecho, en el pueblo de San Lorenzo, de donde somos, había, pero los quitaron hace bastantes años. Y sí, si son muy útiles, muy necesarios. Para nosotros, que frecuentemente sufrimos de agua, sí hacen mucha falta.
“No, aquí nunca nos han quitado el agua; aunque sea poquita, pero siempre está cayendo, está cayendo”, comenta un tanto seria la señora Lourdes Paredes Sandoval, de las pocas veces que se pone solemne.
Estos lavaderos públicos contradicen a un meme que se refiere a los lavaderos como las anteriores redes sociales, pues está visto que aquí la convivencia también sirve de terapia, como lo ha comprobado doña Lulú.
Humberto Ríos Navarrete