Unos llegan y están poco tiempo; otros duran más. En unos casos los dueños alquilan sus inmuebles; en otros, quienes rentan. Los clientes pueden ser extranjeros o mexicanos. Pero los problemas ya empezaron, pues una tendencia crece de forma paralela: los inquilinos originales se van y subarriendan. Es un negocio en auge.
Y las fricciones con inquilinos ya empezaron. El primer brote ya surgió en un edificio de la Roma, una colonia que está de moda. Los inquilinos ven pasar vecinos ocasionales; son de varias nacionalidades. Un día ven a uno de Corea, otro día a un alemán, otro día aparecen colombianos. No les molesta el cosmopolitismo. Los problemas son otros.
La cosa es que los de siempre se quedan y los otros se van. Después de violar las reglas vecinales. Una mujer colombiana, por ejemplo, estuvo varios años en Ciudad de México. Rentó un departamento, donde crecieron sus hijos; hace unos meses regresó a su país y dejó a los suyos, quienes ya no habitan el departamento, pues decidieron rentarlo.
Los quejosos no cuestionan que haya roomies. Saben que es una tendencia mundial. La diferencia es que en México el abuso va por delante. Lo han constatado en la colonia Roma. Y el primer descontento ya salió a flote con otros vecinos que rentan habitaciones.
La presencia de los roomies comenzó en un departamento de tres recámaras; de repente, aparecieron japoneses, españoles, alemanes y mexicanos. Todos —“absolutamente”, pone énfasis un vecino— desconocidos para el resto de las familias que habitan los 11 departamentos de un edificio de la calle Frontera, cerca del corredor de moda.
—¿Y eso qué?
La pregunta baila en la mente de este vecino que ya tuvo roces con un roomie; el impertinente, según su expresión, lo despertó con golpes de puerta para que quitara su camioneta de un espacio donde apenas pueden moverse.
Esa fue la gota que derramó la bilis de este hombre de pocas pulgas. La anécdota corrió entonces como pólvora de Tultepec entre otros vecinos, quienes enfrentaban conflictos similares.
—¿Y eso qué?
—Desde entonces —responde— se perdió el control de las personas que entran y salen del edificio en el que algunos inquilinos han encontrado el negocio de rentar a terceros, y donde las recámaras están cotizadas en más de 5 mil pesos mensuales, de acuerdo con ciertas plataformas digitales.
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Los vecinos enviarán una carta al dueño del inmueble, donde hay familias con 20 y 30 años de antigüedad que desde hace días viven intranquilos con esta modalidad de subarrendamiento, “ya que estos inquilinos flotantes entran y salen sin poner doble llave a la puerta principal”.
Ahí está parte del meollo.
Hace poco, narra uno de los quejosos, otro inquilino convirtió su departamento en casa de huéspedes; lo peor es que uno de los subarrendatarios pretendió meter su coche al estacionamiento con el argumento de que también pagaba por dicho espacio. Y fue cuando estalló la primera granada.
La voz corrió cual pólvora de Tultepec, capital de los juegos pirotécnicos, y fue algo así como un reguero de explosivos en cadena, pues los demás inquilinos no permitieron que este roomie metiera su coche.
Esa fue la segunda mecha.
Luego, inquilinos reclamaron a roomies y éstos se sulfuran tras ser reconvenidos a respetar las reglas; pero como no hay acuerdos, ya piensan llevar el conflicto ante el dueño del inmueble.
Por eso acordaron redactar un escrito dirigido al dueño, también propietario de otros inmuebles en la misma comarca, para que “meta orden a través de un padrón o registro de los roomies que se han venido a meter a la Roma, como también ya lo hicieron en la Condesa”.
Y la cosa ya chispea.
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Los roomies, ejemplifican los disgustados, no traen llave, ni les interesa, porque regularmente están de paso. “Sin embargo —añaden— generan mucha inseguridad entre las familias que tienen años habitando el edificio con sus hijos de diversas edades”. “Los roomies también empiezan a molestar porque hacen reuniones a medianoche”.
Los vecinos proponen al dueño “elaborar un padrón o registro, con fotografías, de las personas que vivan en el edificio en calidad de roomies, y que este registro sea del conocimiento de los inquilinos, de manera que podamos identificar a estas personas...”.
En vista del ambiente de inseguridad que existe en Ciudad de México, destaca el borrador de la carta que enviarán al dueño, “nuestra petición obedece al propósito de mantener a salvo nuestros hogares, nuestras familias y el edificio de su propiedad”.
Contextualizan y advierten: “El fenómeno de los roomies forma parte de la situación actual de las colonias gentrificadas; quizás la Condesa sea el mejor ejemplo. Y aparentemente empieza a darse en la colonia Roma. Si colaboramos todos, no tiene por qué volverse un riesgo potencial”.
—O sea, no es un negocio del dueño.
—No, es un negocio de terceros —aclara uno de los inquilinos— que subarriendan a quienes se les conoce ahora como roomies, que a veces rentan por una semana o un mes. Hay plataformas digitales donde se anuncian. Nos dimos cuenta porque una recámara la rentaban dos o tres personas.
—Hay algunos que salieron de sus departamento para rentarlos.
—Sí —responde—, pero esos son dueños del contrato que se deslindan. Esto provoca que los roomies se quieran tomar la libertad de negociar con nosotros, y es cuando viene el problema; en mi caso, por ejemplo, hubo un cuate que quiso imponer condiciones.
—¿Y todo esto ya está regulado?
—No, la autoridad no lo tiene regulado, y aquí hay un problema de fondo: como es un negocio, debería estar en un lugar donde el uso del suelo sea comercial, pero los que subarriendan ni siquiera pagan impuestos.
Los primeros chispazos.