El trecho es corto pero entretenido. Nada que ver con los días sombríos que corrieron por esta vía después de aquella desgracia, la de 1985, aunque todavía quedan rastros, como ese escampado donde se alzó un edificio de concreto armado y cristales rotos; un mastodonte entre las calles de Humboldt e Iturbide, que por muchos años fue refugio de menesterosos.
Comienza en Bucareli y topa con Eje Central Lázaro Cárdenas, hace tiempo llamada San Juan de Letrán, bullanguera arteria que mereció una composición del cantautor yucateco Sergio Esquivel, quien describe una época con vida nocturna que iniciaba en un famoso lugar que para anunciarlo un locutor de la radio alargaba el “Caaaapri, Juárez y Balderas”.
La voz se refería al clásico centro nocturno que presentaba a las vedettes más cotizadas, entre mexicanas y argentinas, como Mora Escudero, Las piernas del millón, acompañada de su compatriota Thelma Tixou, a quienes el gran fotógrafo Juan Ponce visitaba en su camerino.
“Eran mis amigas”, dice con un dejo de nostalgia Ponce Guadián, quien hasta hace poco aún visitaba la sobreviviente tienda Foto Regis, ya desaparecida, la misma zona donde estaba el hotel y el cine del mismo nombre y el bar La taberna del Greco, que servía de base para fotógrafos de la sección de Espectáculos de los diarios.
En su lugar está en Jardín de la Solidaridad, en honor a los fallecidos en el sismo del 85, que por mucho tiempo fue invadido por comerciantes ambulantes que ahora ocupan esa esquina, muy cerca de la estación del Metrobús, mientras que del otro lado se alza un sólido edificio propiedad de Cienciología, “un sistema de prácticas y creencias religiosas desarrollado en 1954 por el autor estadounidense L. Ron Hubbard”, según WikipediA.
Del Prado era otro hotel en el que se presentaban espectáculos y cantantes, como Alberto Cortez, Rocío Dúrcal y Barry White, entre otros; tiene una página en Facebook que sirve para que los nostálgicos plasmen sus recuerdos y algún ex empleado escriba un asunto personal, como es el caso de Mónica Muriel, quien pide un favor:
“Hola, yo trabajé en el Hotel del Prado en 1981, un lugar maravilloso, ¿alguien me puede dar el rfc del Hotel del Prado? yo se los agradecería mucho, es para el Seguro Social, pues no me están contando las semanas que trabajé en el Hotel del Prado, gracias”.
Hablas de esa misma franja, conforme va el tránsito vehicular, con la mira puesta en la Torre Latinoamericana, de las escasas edificaciones sobrevivientes; no así donde estaba la sala de arte en la que viste la cinta Sacco y Vanzetti, al término de la cual, lo recuerdas bien, la mayoría de los espectadores salió sollozando.
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Para empezar, en la esquina de Bucareli y Juárez, la bulla asoma con un banco a la derecha y un edificio de la Lotería Nacional con cristales ahumados que aparenta abandono; en ese vértice filoso que se forma con Paseo de la Reforma, sin que escape a la vista la perspectiva del Monumento a la Revolución cuya torre parece estirarse para ver otra al fondo.
No muy lejos, en la bifurcación de Reforma y Bucareli, está el anti monumento erigido a los 43 estudiantes de la escuela normal rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa desparecidos el 26 de septiembre de 2014.
Y ya del otro lado, sobre Juárez, bordeado de frondosas palmeras que llegan hasta Balderas, está el anti monumento más reciente: una V de color rojo y una base blanca con diferentes letreros, entre el los que sobresale uno: Y volvimos a salir. ¡La memoria florece!
Por ahí entran las diversas marchas de colectivos y organizaciones, algunos de los cuales —surgen voces— son infiltrados que provocan destrozos a su paso, de modo que durante las protestas ciertos inmuebles deben ser amurallados para salvarlos de la embestida, aunque otros continúan en esa condición, como el Hemiciclo a Juárez, ubicado en la Alameda Central.
El monumento a don Benito Juárez fue construido en 1910 por órdenes del entonces presidente Porfirio Díaz. Es uno de los más vistosos de ese tipo en Ciudad de México, pero era blanco de maltrato, ya sea por manifestantes o solitarios transeúntes que intentaban cabalgar.
Por eso —de acuerdo a la autoridad— lo mantienen protegido con láminas de madera y de acero que también ha sido pintarrajeadas con signos y consignas, cual pizarrón en el que muestran descontento: “EL EDOMEX FEMINICIDA”. Y más: “Estas son las vallas que protegen al patriarcado”.
Pero sigamos.
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Continúas la marcha informal sobre esta avenida en la que puñados de viandantes se esquivan o atropellan, mientras jóvenes atajan el paso para ofrecer servicios de tatuajes, chelerías y pachanga en uno de los edificios del que brotan sonidos estridentes como si es estuvieran en el malecón o zona roja de un puerto.
En el quicio de un edificio donde estuvo el Cine Alameda, sobreviviente de aquellos sismos, está un solitario violinista que solicita cooperación. Es un hombre que viene de Naucalpan, Estado de México.
Un adivinador echa las cartas en plena banqueta, mientras Reveil band deleita con algunas piezas de jazz.
Antes de ellos está el grupo de Hugo Meza, quien prende el ambiente entre gente de edades maduras que llegan a mover el esqueleto con famosas piezas del londinense Crem, entre otros roqueros de la época.
En lugar de lo que fue el hotel Bamer están una sucursal bancaria del Grupo Financiero Inbursa y un Samborns, de cuyo restaurante se aprecia la Alameda Central, misma que fue remodelada durante la administración de Marcelo Ebrard como jefe de Gobierno.
Más adelante, rumbo al Eje Central, menudean las llamadas estatuas humanas, como el hombre que lee un libro e invita a la lectura; es vecino del que se viste de la Santa Muerte, con su guadaña en la mano derecha, que ofrece su figura para tomarse una foto.
Y uno más está disfrazado del payaso Eso, personaje ficticio creado por el escritor Stephen King para su novela, que ha sido llevada al cine.
Y más adelante, ya en el cruce con Eje Central, los tumultos se apeñuscan en espera la luz verde, para luego internarse en la peatonal Francisco I. Madero e intercambiar de realidad con otros que ya vienen.