Desde hace tiempo traían el proyecto entre manos y recorrían bazares. Eran rescatistas, pero necesitaban algo más formal, y fue así como acordaron rentar un espacio en una plaza comercial donde nació Mistu, que en dialecto zapoteco significa gato. Habían dado la zancada más importante.
Aquí es tienda, café y refugio para gatitos en situación de calle, aunque también hacen excepciones, como el caso de una mujer que ya no pudo mantener sus dos michos, macho y hembra, y los trajo para que se formaran en la lista de espera mientras llega un nuevo amo.
El amplio espacio tiene todas las comodidades para los futuros dueños. Los animalitos juegan con una variedad de objetos para ese fin. En los estantes la mercancía es diversa. En Mistu Café, ubicado en Plaza Capital, a una cuadra del Metro Pino Suárez de Ciudad de México, los visitantes hacen amistad con los michos. Saben que hay reglas.
Padres e hijos degustan emparedados y malteadas; son atendidos por voluntarios y miembros de la asociación, cuya fundadora, Pamela Montero, se dedica a rescatar y rehabilitar mininos, muchos de los cuales se mueven en mercados públicos y maúllan en la oscuridad de calles, plazas y jardines porque andan en celo o buscan alimento.
El problema es que durante la pandemia las adopciones se redujeron demasiado y los integrantes de la asociación buscaron una nueva forma de que los gatitos tuvieran mayor oportunidad de ser adoptados, en palabras de Montero, y por eso crearon este concepto.
Y es así como las personas, mientras conviven con los gatos, toman un café o saborean una hamburguesa, según se observa a madres de familia que vienen con sus hijos. “Esto permite —explica Pamela— que conozcan el carácter del gatito y se enamoren y puedan ser adoptados”.
Se trata de una hermandad. En un principio apoyaron a grupos de rescatistas que se encuentran en las redes sociales, a través de las cuales vendían productos y hacían o hacen donaciones, pero se dieron cuenta de una cruda realidad que les hizo dar un giro.
“Era tanta la cantidad de gatitos —recuerda Pamela— que entonces empezamos a rescatar y a rehabilitarlos y darlos en adopción. Y el proyecto fue creciendo poco a poco”.
—Y la gente los apoya.
—Muchísimo, y nos hemos dado cuenta que a los mininos les hace falta el cariño, las atenciones; les encanta que los acaricien y los carguen. Hay gente que en su casa no puede tener gatitos por algún tipo de problema, pero puede venir a convivir con ellos.
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Para adoptar un gatito es necesario cumplir una serie de requisitos. A cambio, comenta Pamela, se llevarán gatitos sanos; es decir, vacunados, esterilizados, desparasitados, con pruebas de Sida, leucemia, hipotermia y peritonitis felina.
Hasta ahora han dado en adopción alrededor de treinta gatos y les quedan veintitrés que necesitan ser adoptados.
—Pero no es algo tan fácil.
—Pues es un poco difícil —responde Pamela—, a veces por la edad, a veces por el tiempo que tarda el protocolo de salud; salen menos de los que quisiéramos.
—Y aquí se quedan todos.
—Todos, excepto los chiquitos que, en situación de vulnerabilidad, nos llevamos a nuestras casas. La mayoría permanece aquí, pues tienen sus areneros y camas. Ellos viven muy felices.
—¿Le trae juguetes la gente?
—Sí, aceptamos donaciones en especie. Ya sea cobijas, pañales, camitas, sobres, alimento, arena; incluso uno de nuestros objetivos es ayudar a otros refugios, como lo hacemos con Mi primer maullido y Gatitos Tlatelolco.
—Es una especie de hermandad.
—Pues sí, nos apoyamos entre nosotros, porque esta labor de rescatar es muy difícil y con el paso del tiempo la gente apoya menos. Tenemos formas de ayudarnos. Entre todos hacemos redes, bazares, para que la gente pueda conocer nuestro trabajo.
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También está Delia Zenteno, la segunda de abordo en este proyecto. Es una risueña rescatista. “Nos dimos a conocer en los bazares, pero físicamente no teníamos un sitio”, recuerda. “En nuestras casas teníamos a los rescatados”.
—¿Y qué podemos hablar del menú?
—Del menú lo que nos caracteriza es que todos nuestros platillos tienen algún rasguito de gato; ya sea una bolita de chocolate, una cabecita, una silueta. Hay crepas que vienen con germen, por ejemplo, y les hacemos las orejitas con el jitomate y con el cebollín los bigotitos.
—¿Una síntesis del reglamento?
—Si van a convivir y apapachar a los gatitos les pedimos que se laven las manos; la segunda, muy importante, si ven a los gatitos que están dormidos, comiendo o tomando agua, que no los interrumpan porque los irrita mucho, más cuando están dormidos y los acarician. Nuestra prioridad son los gatitos.
—Siempre.
—Siempre, siempre, siempre.
—¿Y otras?
—Que, por favor, sigan el reglamento al pie de la letra; otra es que no usen flash si les toman foto, porque los lastiman; que tengan lo más bajo el volumen del celular, porque ellos tienen los oídos muy sensibles, y también pedimos que por favor no los dejen subir a la mesa, ya que ellos no pueden estar comiendo la misma comida que nosotros.
Tienen dos jóvenes cocineras con salarios, también amantes de los gatos, pero necesitan voluntarios y aceptan donaciones en especie, pues ayudan a otros rescatistas y refugios de gatos, cuyo número en Mistu Café, por cierto, asciende a 23, listos para ser adoptados.
Y aquí está Verónica Ruiz, jefa de voluntarios, atenta a que se cumpla el reglamento. Vive en la unidad habitacional El Rosario, alcaldía Azcapotzalco. Viene los martes, sábados y domingos; su horario es de las once de la mañana a siete de la noche. “Amo a los gatitos”, comenta. “Tengo seis en casa”.
—Y rescata.
—Sí, empecé rescatando, y aquí me dan oportunidad de vender rascadores para gatitos que yo hago. Nos ayudamos entre todos.
Brandon Enrique, de 21 años, es otro voluntario. No pierde detalle de lo que aquí sucede. Viene dos veces a la semana desde Neza. “Me encantan mucho los gatos, pero por desgracia donde vivo no me los permiten”.
—¿Y cómo llegaste aquí?
—Una vez, estando en las redes sociales, encontré el lugar, vine como comensal y me dijeron que podía venir como voluntario, y encantado vine.
—Y aquí les ponen nombres a los gatos?
—En cada camada que nos llega le pedimos a la gente que nos ayude a escoger sus nombres. Esas grises pequeñitas, por ejemplo, son la camada de Las flores, ya que todas son hembras, y los nombres que les tocaron son Amapola, Azucena, Violeta y Tulipán.
Allá está la cocina, cuya encargada es Sara Muñoz, que viene de Iztapalapa. Está en área de bebidas. “Amo a los gatos, tengo tres, dos hembras y un macho”, comenta emocionada.
La acompaña Rafaela Álvarez, encargada de hacer la comida, “los postres y todo eso”. Rafaela también tiene tres michos y vive en Xochimilco.
Y entre las visitantes anda la niña Jazmín, —“Jaz”, dice—, de 8 años, quien viene con su madre, como la mayoría de menores. Tiene cinco perritos en su casa y quisiera tener gatitos.
—¿Crees que se lleven bien tus perritos con los gatitos?
—No, porque mis perritos son muy desastrosos— dice, sonríe y añade—. Si por mí fuera tendría un zoológico en mi casa.
Y aquí, entre comensales, padres e hijo, voluntarios y cocineras, todos conviven con juguetones gatitos, listos para ser adoptados.
Humberto Ríos Navarrete