Cultura

Fray Servando, zona de pánico

Los dos individuos que acaban de subir sin pagar son de estructura delgada, entre 25 y 30 años, correosos, nervudos los brazos, enfundados en playeras, mezclilla y zapatos tenis. La piel pálida revela ausencia de limpieza y tatuajes salpicados.

Jueves 10 de diciembre.

14:30 horas.

—A ver, a ver —suelta el primero.

—La hija de una jefecita, una niña, acaba de morir; necesitamos comprarle una cajita, aunque sea bara, para sepultarla —dice el otro.

Y recorren el pasillo, las manos sobre los tubos horizontales, la mirada alerta y el verbo ágil, repetido, después de haberse embutido de un brinco en el microbús, que acaba de cruzar la calle de Doctor Vértiz, colonia Doctores, a pocos metros de la Procuraduría General de Justicia del DF.

O sea, del Búnker.

El par de recién llegados se desliza sin demora y hacen brecha; algunos pasajeros, en especial mujeres, se buscan la mirada, pues más que una petición es un chantaje, y no es por criminalizar, pero esta presencia provoca miedo y por eso se hacen a un lado, porque es como si deslizaran un cuchillo por sus cuerpos.

No son pocos los usuarios que abren los ojos así de grandes y se pegan entre sí, mientras meten las manos en sus bolsas en busca de algo, una moneda, casi rogando en silencio que el trance concluya.

Es cuestión de sentir el humor, el resuello apretado, el silencio que se alarga, las miradas esquivas, o los rostros ocultos en antebrazos, ojos que dan vueltas y pausas que se rompen con la voz fuerte, como una estocada.

La mayoría hurga en sus bolsillos o en monederos, discretos, las orejas paradas, eso sí, y miran de reojo esas manos extrañas que apuran. Otros simulan estar dormidos. De todos modos los pedigüeños alargan sus dedos.

—¿Ya bajaron?

—Aquí siguen...

—Me avisas.

—¿Para qué?

—Para respirar.

Y resiste un codazo.

La broma en voz baja es de un pasajero a su esposa, pero hace unos minutos le temblaban las piernas, mientras miraba hacia el piso e intentaba poner orden en su memoria, pues por segundos examinó la traza de los sablistas.

***

Forman parte de un grupo de individuos que sube a pedir dinero en microbuses que vienen de Tacuba, o de Chapultepec, y dan vuelta sobre esta última avenida, aunque algunos los abordan después de cruzar avenida Niños Héroes o Doctor Vértiz, para bajarse en Eje Lázaro Cárdenas.

Y ya de vuelta, sin tener la certeza de que sean los mismos, otros utilizan la misma técnica en micros que vienen de La Merced y siguen sobre Izazaga, paralela a Fray Servando y Río de la Loza, luego de cruzar Pino Suárez. Practican la misma técnica sobre ese tramo que abarca hasta Balderas.

La escena puede suceder en cualquier parte de esa franja, donde presuntos miembros de familias entran a establecimientos, ya sea de ropa o zapatos tenis, para, con artimañas y sin violencia, intentar robar mercancía.

Es el contexto de un territorio en el que puede saltar cualquier sorpresa, buena o mala, en medio de una floreciente economía subterránea, de manera especial en ese hervidero de vendedores que es el Eje Central Lázaro Cárdenas.

***

Era mediodía.

El joven abordó un microbús sobre la calle Izazaga, esquina Bolívar, con el propósito de dirigirse a su consulta con la odontóloga, en la colonia Roma.

Había transcurrido un minuto, más o menos, cuando subió al micro un vendedor que ofrecía dulces de tamarindo; lo primero que soltó fue una frase común entre comerciantes que abordan un transporte público:

—Disculpen la molestia que les vengo ocasionando...

Y así, desde la entrada, hasta la parte de atrás, siguió ofreciendo su mercancía, pero al ver que nadie le hacía caso, cambió de tonada y seguido de un "órale" echó un vistazo sobre los pasajeros, y agregó:

—Bueno, sé que a algunos les molestan los vendedores ambulantes, pero si nos cierran las puertas aquí y allá, no nos queda de otra que ensuciarnos las manos.

El hombre arrojaba su advertencia y, absorto, echaba el penúltimo vistazo, como si al mismo tiempo de su pecho brotaran rencores amontonados.

Y se bajó de un brinco en la esquina de Balderas, y pareció escudriñar las ventanas, mientras en el interior del viejo micro ciertas miradas se cruzaban.

***

El pasado domingo, a las cinco de la tarde, el muchacho abordó un micro frente a la estación del Metro Cuauhtémoc. Iba de regreso a casa, en el Centro Histórico, por lo que pensó bajarse en Bolívar. Así lo hizo, pero antes lo paralizaría un susto. Llevaba una maleta con ropa recién lavada.

Después de Chapultepec, el microbús continuó sobre Río de la Loza, donde observó a dos individuos que hacían la señal para abordar el transporte. De pronto tuvo una corazonada de que algo malo iba a pasar y pensó bajarse, pues algo raro había detectado en los dos nuevos pasajeros. Pero lo detuvo el miedo.

Uno de los recién subidos se colocó en medio del pasillo y el otro atrás, a un paso del chofer, los brazos en los pasamanos.

El primero dijo que habían asesinado a uno de sus colegas de la colonia y pedían una cooperación para darle un entierro digno. Enseguida el de los brazos extendidos lo interrumpió y agregó:

—Se vale, banda, ¿o no?

Se hizo un silencio.

Y añadió:

—Se vale familia, ¿o no?

Y mientras disparaba una mirada general, pinta altiva y retadora, los pasajeros depositaron monedas en manos huesudas, mientras eran observados por ojos que giraban en cuencas profundas.

La petición iba junto con la actitud acosadora del que apura, ordena, exige, como si tintineara una campana o rozara los dedos.

Descendieron en la esquina de Eje Central y ahí se quedaron, en conversación íntima, monedas acumuladas, mientras en el micro se percibía un alivio general.

Todo ocurría muy cerca de la Procuraduría General de Justicia del DF, situada en la calle Gabriel Hernández, delegación Cuauhtémoc, cuyas estadísticas no registran ese tipo de hechos, pues no está considerado como delito pedir dinero en microbuses, a bordo de los cuales, en cambio, de enero a noviembre de este año, sumaron 890 asaltos en todo en Distrito Federal.

Eso sí, muchos de ellos ocurridos en la delegación Cuauhtémoc, que de las 16 demarcaciones es la que registra el más alto índice delictivo —con 23 mil 876 averiguaciones previas en ese mismo lapso—, la mayoría de los cuales ocurridos en las colonias Doctores —incluso la vecina Roma—, Morelos y Guerrero.

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Humberto Ríos Navarrete
  • Humberto Ríos Navarrete
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