El hombre intenta jugar su última carta y evoca una supuesta vida ejemplar; la madre de la víctima, sentada en el extremo de la sala, dice que quisiera abrazar a su hija, pero fue asesinada por quien niega su culpabilidad y pide compasión. Son los estertores de una audiencia. Pero retrocedamos.
El acusado habló del amor por su familia; luego, dos amigos avalaron su presunta buena conducta y uno de ellos recordó que les enseñaba a jugar futbol para “sacar el coraje”.
Pero el tribunal de enjuiciamiento, integrado por dos mujeres y un hombre, concluiría que Mario Alberto, de 27 años, resultó culpable de violar y golpear hasta la muerte a María Fernanda, de 17, la madrugada del 26 de agosto de 2018, por lo que fue sentenciado a 35 años de prisión.
Familiares y amigos habían pasado noches y días de ansiedad. Y ante la lentitud de la justicia, se les unirían otras personas para corear sus reclamos, hasta llevar a juicio al culpable y acudir a la penúltima audiencia en la Sala
1 del Reclusorio Norte, donde el veredicto sería irrevocable, por más que abogados del feminicida insistieran en atenuarlo.
Ese día por la mañana, poco antes del primer receso de la audiencia, Claudia Fernández, madre de la víctima, acompañada de familiares, amigos y militantes de colectivos, pudo escuchar la posición de los abogados de Mario Alberto, el culpable, y la voz de éste: “Mi familia y yo estamos sufriendo. Tengo una niña que defendería con toda mi alma”.
Y la señora Fernández expuso:
—Y yo quiero abrazar a mi hija, sí, ¿pero cuándo la abrazaré...? Me mataron a mí, a su padre, a su hermana. Ella se defendió hasta que el asesino le causó la muerte. Mi hija estudiaba la licenciatura en Criminalística y quería pertenecer a la procuraduría. Quiero una pena justa para el asesino.
La defensa del convicto, que había calificado de “inconsistentes y ambiguas” las acusaciones, pidió, “sin aceptar la culpabilidad”, que le impusieran la
pena mínima a su defendido, pues aseguró que no tenía antecedentes y sí, en cambio, “esposa, madre, hija y honorabilidad...”
Pero el fallo sería fatal.
***
María Fernanda Cervantes Fernández, de 17 años, era cinta negra de tae kwon do y estudiante en una escuela de Ecatepec, Estado de México, donde vivía con su mamá.
Pasaba los fines de semana en casa de su padre, situada en la Unidad CTM Risco, alcaldía Gustavo A. Madero, Ciudad de México. Ahí estaba la noche del 25 de agosto de 2018.
Ese día fue convencida por Mario Alberto, a quien conoció en 2016 a través de Facebook, para que lo acompañara a una fiesta en el domicilio de unos amigos de él, cerca de la casa en la que Fer estaba.
Aquella madrugada Mario Alberto fue visto por un vecino “violentando a una joven, por lo que se acercó a preguntar qué pasaba, pero fue intimidado por Mario, lo que provocó que el testigo se alejara”.
¿Qué sucedió esa madrugada?
Las indagatorias apuntan a que Mario Alberto es culpable de abusar y golpear de manera violenta a María Fernanda, una jovencita de baja estatura, tímida y de aspecto frágil.
***
Jueves 24 del mes que corre. 10:00 horas. Sala 1. Reclusorio Norte. Tribunal Superior de Justicia de Ciudad de México. Cerca de 20 personas presencian la audiencia. Delito: feminicidio. Presiden dos juezas y un juez.
Los nombres y apellidos de los involucrados son mencionados por sus iniciales. La primera en declarar es una psicóloga forense de la Procuraduría General de Justicia de Ciudad de México.
La perito expone que sí hay afectación en la madre de la víctima, que habló de “la maldita noticia” cuando le informaron sobre la muerte de su hija. Ella sabía que había fallecido Fernanda, pero la seguía esperando.
Tenía problemas para entrar a su casa y salir de ella. Solo iba a trabajar. “Perdió todo interés”. Perdió ocho kilos de peso en pocos meses.
Desde entonces padece dolor de cuello, hombro y espalda. Incapacidad para conciliar el sueño. Requiere de terapia psicológica continua.
Releva a la forense una psicóloga de Atención a Víctimas, pero tiene algunos tropiezos, pues no recuerda las iniciales. Le muestran el expediente y las memoriza.
Es el turno de un agente de la Policía de Investigación. Dice que el 10 de octubre de 2018 fue detenido Mario Alberto por el delito de feminicidio. La pesquisa duró 20 días.
“En todo momento el sospechoso se mostró callado y nervioso”, añade el detective, seguido de una testigo, que dice conocer a Mario desde la secundaria y asegura que éste respeta a los animales y a las mujeres.
Otro testigo dice que el inculpado es responsable y honesto, y que cuando jugaban futbol les decía que la violencia no era la solución.
Todo lo contrario afirma el agente del Ministerio Público, quien, basado en declaraciones de un testigo, dice que el inculpado era violento en los partidos de futbol y que dejó a la víctima desnuda en la vía pública.
Después de un receso de más de media hora vuelven a la sala para escuchar que Mario Alberto es penalmente responsable.
El tribunal de enjuiciamiento concluye que, según testigos de identidad reservada, Mario Alberto arribó a una reunión, de donde salió acompañado de la víctima, a quien después sujetó del cabello y golpeó con el puño.
Que la arrastró, ocasionándole traumatismo craneoencefálico; que existía una relación entre “el justiciable y la víctima”; que el acusado se cambió la ropa ensangrentada y se quedó con el teléfono celular de la joven.
La audiencia finaliza.
En silencio sale Claudia Fernández, acompañada de integrantes de los colectivos Voces de la Ausencia y Mujeres de la Periferia para la Periferia, cruzan el patio del reclusorio y llegan a la calle, donde sostienen un amplio cartel con la foto de María Fernanda.
Y corean: “Ni perdón ni olvido, castigo a los asesinos”. “Van a volver, van a volver, las balas que disparaste van a volver, la sangre que derramaste la pagarás; van a volver, van a volver...”
Claudia tiene los ojos rojos.
Y la mirada sin punto fijo.