Cultura

El misterio de La niña oscura

“El libro ha superado la prueba del tiempo, ha demostrado ser un corredor de fondo”, escribe Irene Vallejo en El infinito en un junco, lo que se comprueba cuando entras a La niña oscura, una librería secreta que está en una casona de la colonia Santa María la Ribera, donde hay un laberinto de pasillos con estantes repletos de tomos y lectores que escudriñan.

El nombre de la librería tuvo su origen en el año 2006, cuando Max Ortega llegó por primera vez al domicilio y tocó la puerta; después de un rato, salió una niña de rasgos mulatos, quien sin decir nada le entregó las llaves de la antigua casona, lo miró un segundo, corrió hacia la esquina de la siguiente calle y desapareció luego de torcer a su derecha.

El misterio de La niña oscura

Un día antes, sábado, el negociante de libros, propietario de otros establecimientos con miles de tomos bien clasificados, había escuchado una advertencia del dueño de la casa, quien insistió sobre la puntualidad en su cita para recoger las llaves —“a las diez de la mañana, ni un minuto más”—, pues saldría de viaje en una caravana con la familia.

—Llegué unos diez minutos antes, si quiere— le dijo aquel hombre, como anticipando lo que podía suceder—, pues no voy a detener a quince personas solo porque usted llegue cinco minutos tarde.

Y Max llegó a las diez y cinco de la mañana. Y dicho y hecho: Ya no había nadie alrededor. Tocaba y tocaba, pero nada. “Chin, ya se fue”, pensó el visitante y se mantuvo firme frente al portón.

El misterio de La niña oscura

De repente oyó ruidos del otro lado de la puerta y vio algo que se movía entre una lámina y la chapa; se asomó por un hoyito, pero no miró nada y entonces decidió recula; apenas dio el primer paso y frenó, pues escuchó un rechinido. Era la puerta que se abría a duras penas.

Fue cuando apareció una niña, quien extendió su mano con las llaves, mismas que Max agarró de inmediato; y sin decirle nada, cumplida su tarea, la nena se echó a correr a la esquina de la calle Naranjo; dobló y desapareció.

“Por eso le pusimos La niña oscura”, revela Ortega, en referencia a ese amplio espacio en el que lleva años y es un remanso para buscadores de libros, gambusinos en busca de pepitas impresas que brillen ante sus ojos.

Es como si escarbaran con voracidad entre viejos anaqueles, para luego hojear y ojear e hincar el diente; otros ya saben a lo que van y preguntan de inmediato sobre lo que llevan en mente. Muchos son jóvenes.

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Pocos transeúntes que pasan frente a este portón, marcado con el número 142 de la calle Díaz Mirón, saben lo que hay más allá, luego de cruzar el amplio patio; el mismo que en el año 2006 traspasó Max Ortega en busca de una bodega para libros y que poco a poco se convertiría en La niña oscura, una de sus peculiares librerías, todas con rasgos especiales; como esta, que no necesita publicitar y de la que ahora revela algunos secretos.

—¿Es para conocedores?

La respuesta es sosegada:

—Es más bien como para buscadores, para sabuesos del libro —continúa Max—, de aquellos que no les amedrenta una puerta cerrada, que no haya un letrero que diga tal cosa, que se atrevan a la pregunta; porque además tiene que ver mucho con la lectura: cuando uno abre un libro es como buscar respuestas, indagar, cuestionar.

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Es lo que ha sucedido con ese portón, que siempre cruje al abrirlo, desde aquella primera vez, cuando Max Ortega llegó a conocer el domicilio y después a guardar los primeros seis mil libros.

—Entonces empieza poco a poco.

—Así como En casa tomada, de Julio Cortázar —cita al escritor argentino—, llegaron los libros y tomaron la parte central; aquí había otros amigos que rentaban. Ellos tenían más espacio y había muchos libros en mi bodeguita. Entonces ellos empezaron a ceder. En realidad nunca se dieron cuenta que habían sido…

—“Devorados”— se le ataja.

—Devorados por los libros. Lo de ellos fue un cascarón. Ellos ya habían sido “consumidos” y la librería empezó a crecer.

Hasta que los vecinos se fueron, pues los libros terminaron por ocupar sus cuartos, y entonces dejó de ser la librería-bodega, que los clientes visitaban una vez al mes, para convertirse en La niña oscura, que a diario recibe en un horario establecido.

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Los buscadores de libros saben de esta librería porque Max Ortega tiene otras dos, El Hallazgo y otra de nombre Jorge Cuesta, en las que a veces escasean títulos y los clientes son enviados a La niña oscura, donde sí los hay, como algunos editados por la UNAM.

—Es como si fuera una librería clandestina—se le comenta en broma.

—Es que siempre he creído en que el mejor anuncio es que secretees todo —responde Max—, porque aviva la inquietud del lector: ‘qué es eso’, o sea, ‘cómo yo no me enteraba, yo no he visto ni un anuncio’, ‘yo vivo en el barrio y nunca he visto eso’, ‘por qué lo hacen’, ‘qué hay detrás de las puertas’, ‘por qué lo esconden’, ‘por qué no lo puedo ver’. Y entonces se crea un ánimo de querer conocer.

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—Pero hay una selección natural...

—Sí, hay una parte que son lectores, eso es lo que abunda en la gente que conocemos: los lectores, los investigadores, los historiadores, los periodistas. Pero hay personas que son incipientes lectores y que les gana la curiosidad, y eso a veces es un ingrediente substancial para que se vuelvan lectores empedernidos…

—Interesante…

—Porque les creaste una idea de un espacio en secrecía: van y tocan y lo sienten como una aventura que ellos conquistaron y eso se te queda en la psique, es como un viaje; cuántas veces vamos a Egipto, cuántas veces hacemos una aventura a las ruinas en Guatemala.

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Y aunque en ocasiones adelgaza, pues debe enviar hasta 300 cajas de tomos a ferias de libro en los estados o alquilar hileras de tomos para la filmación de películas, La niña oscura también se engolosina y es cuando aloja un promedio de 80 mil volúmenes y unas 50 mil revistas.

—Y de todas las revistas.

—Sí, tenemos desde el cómic hasta la revista porno, revistas académicas de Historia Mexicana, hasta las de filosofía; libros de luchas, de box y soccer, de tejido o de cómo preparar gelatinas.

—¿Y qué vende más?

—No solamente aquí, sino en todas las librerías que manejamos, lo que más se vende es la literatura, porque la literatura —la novela, el cuento, la poesía— permea a cualquier disciplina; no así un libro de filosofía.

—¿No es elitista?

—No, porque después de la literatura, lo que más vendemos es la Historia mexicana, pero la historia mexicana antigua, los libros de alto calado; o sea, un libro del siglo dieciocho, raro, de grabados en perfecto estado; eso eleva, digamos, el nivel de conocimiento de la historia propia del libro.

El misterio de La niña oscuraSon muchas las anécdotas que cuenta Max Ortega, como la de un escritor recientemente fallecido, quien siempre le vendía cierta cantidad de libros en fechas específicas, pero quedó en el aire la última entrega.

También aquella donde narra las peripecias de un cliente dormilón quien quedó en uno de los laberintos de la extensa librería y solo pudo salir al día siguiente, pues tampoco logró comunicarse con su teléfono celular, ya que se quedó a sin pilas y en penumbras.

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La niña oscura está en la colonia Santa María la Ribera, por si usted quiere descubrir sus secretos y perderse en los pasillos sin ningún pendiente, solo respetando los protocolos y aprovechando la libertad que concede Max Ortega.

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Humberto Ríos Navarrete

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