Hace poco más de medio año sufrió un accidente automovilístico y se rompió ocho vértebras. Permaneció dos meses postrado. Pero Éder Bravo no se deja vencer. Al contrario: la adversidad lo impulsa a seguir en la Central de Abastos, donde comercializa jitomates.
Y desde una silla de ruedas, valiéndose por sí mismo, sostiene su teléfono y mira con una sonrisa la pantalla, mientras con la otra mano sopesa la fruta y realiza operaciones; más tarde retomará sus viajes en avión para tratar con productores de Sinaloa y otros estados.
Éder, El de la Central.
Así le dicen.
Es parte de una estirpe de comerciantes de la Central de Abastos de Ciudad de México. Sus antepasados lo eran desde que la gran distribución de mercancía se hacía en La Merced.
Éder practicó el baile desde la adolescencia. Cuando descansaba de sus giras acarreaba frutas y verduras en diablitos. Lo hacía como cualquier mecapalero y machetero. Se burlaban de él, pero como otros se forjó en ese mundo de 327 hectáreas, grandes bodegas y tráfago constante.
A los 17 años dejó la danza y entró de lleno al comercio, junto a su padre, su hermano y parientes. Los tres son deportistas y comerciantes. Han labrado sus cuerpos a base de ejercicio.
Éder, de 25 años.
“A veces la vida es como nadar en mar abierto”, según sus propias palabras, y enseguida recuerda que hay otros en peores condiciones.
Suelta frases como pirotecnia.
“Hay que aprender a vivir con lo que tienes, pero no te conformes”. “La vida es un bonito juego, pero hay que saber jugarlo”.
Chisporrotean sus reflexiones.
Y también se mide con sus pares de la Central, pues pasan y lo saludan con frases de alto calibre que él las caza en el aire y responde.
Éder es el profesional de siempre cuando negocia con agricultores en el norte o noreste del país. O aquí en la Central.
A Éder se le acercan para intercambiar información. Es el trato en este mundo de 13 mil 800 carretilleros que zigzaguean por los pasillos del mercado mayorista más grande de América Latina, donde la operación comercial es de 9 millones de dólares, solo superada por la Bolsa Mexicana de Valores, de acuerdo a información oficial.
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—¿Qué sucedió, Éder?
—Pues tuve un accidente automovilístico el 9 de octubre del año pasado. Estábamos echando copa con un cliente y desperté en el hospital. Eso es lo que recuerdo.
—¿Y qué te dijeron?
—Bueno, el del seguro dice que chocaron el carro, porque el carro quedó compacto, así, de atrás y de adelante; o sea, quedó desecho. Dicen que me chocaron y que yo también impacté.
—¿En dónde fue?
—Yo estaba en la colonia Federal, en un restaurante; vivía en Coyoacán y me quedaba súper cerca, porque mi labor es venir a checar plaza, precios, saber a cómo está corriendo el jitomate para yo camparlo.
—Y cuando despiertas en el hospital, qué pensaste.
—Pues al despertar vi a mi familia como sacada de onda, ¿sabes?, o sea, cuando algo anda mal, se les ve en la cara, ¿no?, y yo siempre he sido de esta actitud: ser alegre, de ver la vida de una manera bonita, y lo único que dije es: “No voy a dejar que mi familia esté mal por mí, porque fue por mí que yo estoy así; pero no tengo tiempo para lamentarme”. Y les dije que iba a salir de eso, y siento que esa actitud la he traído desde ese día y desde que nací.
—Tu familia se dedica a vender en la Central.
—Sí, todos; no solo mi papá, sino también mis tíos, mis primos. Fuimos diableros, fuimos macheteros, traspaleamos, porque tienes que darle vueltas al jitomate, tienes que sacarle el malo, tienes que seleccionarlo.
Y es que Éder ha sido muy seguro desde que era niño, pues estudió danza folclórica, “jazz contemporáneo, esas disciplinas”, y viajó con una compañía por varias partes del mundo.
“He tenido una vida activa; siempre he traído eso, y, pues tú sabes –continúa Éder-, lo que tú ves en tu casa es lo que haces: si ves que tu jefe se levanta y le gusta el ejercicio, le gusta verse bien, pues te van creando las ganas de hacer lo mismo”.
—¿Eso te ha ayudado?
—Yo digo que sí, y el médico que me operó y muchos médicos que me han visto me dicen que de un putazo de estos no cualquiera se levanta.
—Porque mucha gente no aguanta.
—No, pues yo digo que seguimos vivos, ¿no?, que es lo importante, y tenemos una oportunidad más de demostrar que somos una chingonería y podemos lograr lo que nos propongamos.
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Pero a los 17 años dejó la danza y se inclinó por lo que más le gustaba.
“Pues yo digo que el negocio”, comenta Éder. “El negocio, el comercio, eso a mí se me dio, porque todo el tiempo lo he visto, y pues siento que soy bueno para eso, soy bueno para vender”.
—Estudiaste danza y viajaste…
—Sí, con una compañía de danza folclórica, a los 11 años, nos fuimos a Taiwán; después, como a los 13, regresé y me fui a Bélgica, a Francia y España. Mi última gira fue a Rusia.
—Siempre como bailarín.
—Sí, y seguía viniendo aquí, aunque antes estaba mal visto que un hombre fuera bailarín de ballet, porque muchas veces me tenía que sacar dos, tres trompos, ya que la gente decía: “ay, eres putito” o cosas así.
Y pasaron los años.
Y eligió hacer negocio; su trabajo ha sido contactar clientes por teléfono y viajar. Estaba en su apogeo pero vino el accidente. Mientras estaba internado le preocupaban dos cosas: su salud y la chamba.
“Supón que yo seguía medio inconsciente y como los clientes me preguntaban y yo casi no me podía mover, me ponía el teléfono aquí –Éder coloca su mano en la oreja- y seguía haciendo negocios”.
—¿Y cuál es el negocio?
—Conseguir jitomate para mis clientes; muchas veces los traigo a la plaza, pero mi tirada es venderle a los foráneos: de Mérida, de Chihuahua, de Zacatecas, de Puebla, de Monterrey…
Las nuevas circunstancias no fueron obstáculo para seguir trabajando, pues una de sus principalísimas herramientas es el teléfono y podía hacerlo desde la cama o la silla de ruedas, aunque tenía que viajar a los plantíos para tratar con los productores.
En un principio le pagaba a una persona para lo ayudara a moverse, pero decidió valerse por sí mismo e incluso trasladarse en avión.
“Viajo porque tengo que ir a cotizar, porque una cosa es ver la fruta en foto; y es que en foto, como dicen aquí, hasta yo me veo chingón”, comenta mientras se carcajea. “Obviamente necesitas ver la fruta, ver la calidad, incluso la planta para ver qué le vas a mandar al cliente”.
—¿Y en qué estados se da la producción?
—En Sinaloa, Zacatecas, Michoacán, Ensenada, Morelos, Toluca; hay invernaderos en el Estado de México, en todos lados, pero yo creo que el estado a nivel mundial en producción es Sinaloa. Estuve en Guasave, a Guasave se le conoce como El corazón agrícola de México.
Éder continúa en su rehabilitación, ahora en la casa paterna, alcaldía Gustavo A. Madero, donde también viven padres y hermanos.
—¿Qué piensas de la vida?
—Estar postrado en esta silla te hace ver que el dinero no lo es todo; sí, si es importante –medita-, es muy bueno que te preocupes por mejorar tu calidad de vida, pero yo creo que lo más importante es la salud y la familia, las personas que tienes a tu alrededor, que de verdad te aman y cuentan contigo, pues están para ti y tú estás para ellos.
Dice que está escribiendo un libro, “más que nada como un instructivo para llegar a esa gente del barrio donde yo crecí”.
—Tienes varios tatuajes.
—Sí, uno que dice: One more chance, “una oportunidad más”. O sea, de hacer lo mío. También la imagen de Salma Hayeck en chola, a Pedro Infante, a Dalí, a mi hermano, a mi hermana.
—¿Qué cirugías te han hecho?
—Imagina que mi columna estaba así –junta los nudillos de ambas manos, como si fueran engranajes, y luego los separa-; ahora ya no tiene este espacio, pero está agarrada con dos barras de titanio.
Es Éder, El de la Central -como se hace llamar en su canal de Youtube, donde hasta el viernes tenía más de 75 mil vistas-, siempre de buen humor, con la filosofía de que la vida es un bonito juego, pero tiene sus reglas y consecuencias.
Humberto Ríos Navarrete